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Violencia contra los sin hogar: “Anoche me tiraron naranjas. Otros días, piedras”

A Manuel le han tirado hasta piedras. A Félix le robaron con un hacha. El observetorio Hatento intenta poner cifras al odio al pobre. Mientras, están sus historias

A Manuel, el jueves, le tiraron naranjas. “Fue anoche, en la Plaza Nueva, en Sevilla, mi alma”, explica, con el mismo acento del sur (nació en Morón de la Frontera) con el que narra que él antes era un camarero “especial” porque podía decir a los clientes (con ese mismo acento) “What’s your name?” y otras frases en inglés, cuenta que a sus 57 años lleva 20 viviendo en la calle, aunque de forma intermitente, dice que tiene problemas con el alcohol o señala quién le tiró “anoche” (por el jueves) esas naranjas: “Eran niños de 16 o 17 años, y me da mucho coraje, las niñas les ríen la guasa y ellos se hacen más grandes. Y yo estoy en mi saco y no puedo…”.

En estos 20 años, a Manuel no sólo le han tirado naranjas. También piedras. Dice: “A mí me han pegado mucho”. E insiste en reiterar que era comunista, y uno no se da cuenta de por qué hasta que entiende que lo repite porque está contando otra cosa que le pasó, aquel día en la plaza de España de Madrid, cuando llegaron unos de esos “con botas” y cabeza rapada, le quitaron la cartera con la documentación y le hicieron cantar el Cara al sol: “Si no, me pegaban una paliza. Tuve que hacerlo”.

Manuel es una persona sin hogar, una de esas 22.938 que, según el INE, malviven sin un techo al que llamar casa. Probablemente hay más, bastantes más, porque esos datos, que certificaban la presencia en aumento de españoles en la calle, sólo suman a los que hicieron uso de servicios asistenciales. Son muchos, además, los que como él se han sentido discriminados (50,6%), según la misma encuesta, y los que han sido víctimas de delitos (51%). En su caso, y en el de otros muchos, según constatan las organizaciones que los atienden, el delito cometido contra ellos tiene un nombre específico: es uno de los delitos de odio que, por primera vez, el Ministerio de Interior ha comenzado a recopilar. En concreto, se trata de aporofobia, el odio al pobre.

Interior recoge sólo cuatro casos en España en 2013: “Es el primer informe público sobre el tema, y se trata de un avance increíble, pero sólo registra los hechos que llegan a conocimiento de las autoridades y en los que el policía los tipifica como delito de odio”, explica Maribel Ramos, coordinadora del recientemente creado Observatorio Hatento (de hate, ‘odio’ en inglés), que, lanzado por organizaciones de amplia experiencia en el tema (como Rais Fundación y el Centro Assís), pretende sacar a la luz y dar información fiable sobre este problema. En junio tendrán los primeros resultados, tarde quizá para que la reforma del Código Penal actualmente en trámite contemple la aporofobia de forma específica, como sí hace en el caso de los delitos motivados, por ejemplo, por el racismo o las creencias religiosas.

Mientras, hay unos pocos datos: la citada encuesta del INE y un informe del propio Centro Assís, que recopiló informaciones aparecidas en los medios entre 2006 y 2012, constatando así, de esa forma incompleta, 473 muertes en ese periodo, es decir, la muerte de una persona sin hogar cada cinco días en España. Un 27% falleció víctima de agresiones.

Hostilidad y miedo

La idea del informe Assís nació de un caso terrible, la muerte en un cajero, abrasada viva, de Rosario Endrinal. Sucedió en 2005. Tiempo antes, en 1992, tuvo lugar el que suele considerarse el primer asesinato racista en España, el de Lucrecia Pérez. “Si hubiese sido dominicana, pero no pobre y no hubiese vivido en un local abandonado, ¿la hubieran asesinado?”, se pregunta Ramos, para explicar que hay factores que, sumándose, aumentan la probabilidad de ser víctima de un delito de odio (por ejemplo, ser inmigrante y padecer una enfermedad mental), aunque siempre “está detrás la hostilidad a la pobreza, y sobre todo, una situación de desigualdad en la que uno se considera superior y percibe la vulnerabilidad del otro. En el caso de las personas sin hogar, además, es que efectivamente sus derechos son fácilmente vulnerables, porque el imaginario colectivo los ve como delincuentes y no como potenciales víctimas”.

Félix, que asiste a un centro de RAIS Fundación en Alcobendas. (Foto: Rais Fundación)

Félix, que asiste a un centro de RAIS Fundación en Alcobendas. (Foto: Rais Fundación)

Lo sabe bien Félix (54 años), madrileño que vive en la calle desde hace dos años, cuando perdió su trabajo de albañil: “La gente te mira con recelo, claro, no te puedes asear… Yo al principio dormí en un parque, escondido, porque en un banco no puedes: piensan que eres un drogadicto. Vas a comprar y te cuelan en la cola para que te vayas pronto. Vas al servicio en un bar y, aun pagándote un café, no te dejan entrar. Durante un tiempo dormí también en un coche, y la gente que aparcaba al lado sacaba el coche al verme y se iba. Ni que tuviera la lepra”.

El de los prejuicios, el de la discriminación, es el caldo de cultivo del odio al pobre. Muchos de los sin hogar que está entrevistando Hatento hablan de indiferencia y de “mala mirada”. También del recelo que saben que provocan -“Eres como un fantasma. Nadie te ve, pero todo el mundo te tiene miedo“, describía hace tiempo uno de ellos- y del miedo que ellos mismos sienten: ahí está el caso de aquel que pasaba la noche en vela, caminando, e iba a descansar al amanecer al metro, cuando abría y había gente, para que no le pasara nada.

A Félix lo atracaron en plena calle amenazándolo con una pequeña hacha de cocina. A Manuel A. (Nueva Carteya, Córdoba, 40 años), la violencia le vino a ver a los pocos meses de tener que echar el cierre a su puesto de chucherías en Sevilla y llegar a la calle (ahora lleva dos años y medio, aunque ya duerme en un albergue). Descansaba en un banco, cerca de un hospital, y los vigilantes le espetaron que se fuera de allí: “Me pusieron las manos a la espalda, y me llevaron a una esquina sin cámaras, donde me empezaron a pegar con porras”. Salió con un esguince y un ojo hinchado, y la cosa quizá no fue a más porque una mujer empezó a grabar la escena con su móvil y al cabo de un tiempo llegó un policía de paisano. El, sin embargo, no denunció: “Me daban miedo las represalias. Me sentía indefenso. Y no he vuelto a esos bancos”, dice.

Otra vez el miedo: “Tú y yo denunciamos y nos vamos a casa; ellos vuelven a la calle, donde les han agredido. Además, son personas que han perdido mucho, y desconfían de las instituciones, y hasta cierto punto han normalizado la violencia”, narra Ramos. El observatorio Hatento busca sacar a la luz esa violencia de la que a ellos les cuesta hablar. Para luchar por eso que el primero de los Manueles, el de las naranjas de anoche, no puede explicar con más sencillez: “Lo que no pueden hacer es amenazarte sólo por estar en la calle, jolín”.

Publicado en El Confidencial el 1 de febrero de 2015

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Los cuidados paliativos pediátricos, una asignatura pendiente de la sanidad

Gina murió en su casa. Con los suyos. Tranquila. Fue posible gracias a los cuidados paliativos que necesitan unos 6.000 niños en España y reciben cerca de 1.000

“Hay muertes preciosas y muertes en las que el dolor y el sufrimiento no dan su brazo a torcer hasta el final. La de Gina fue de las primeras”. Lo dice el doctor Sergi Navarro, uno de los especialistas del equipo de cuidados paliativos pediátricos del Hospital Sant Joan de Déu en Barcelona. Ocurrió el 16 de enero de 2014. Ocurrió en el sofá rojo de su casa, rodeada de toda su familia, salvo sus dos hermanos, que se habían despedido de ella horas antes: Jan -dos años y medio- haciendo el signo de la victoria por estar con su hermana un día más y Pol -de nueve-, entre sollozos, sabiendo que cuando volviera de la escuela ella ya no estaría. Gina se fue así, con una muerte “preciosa” como era ella, a las 2 y media del mediodía, la misma hora a la que había nacido más de 11 años antes.

Elisabet Pedrosa, guionista y coordinadora en Catalunya Ràdio y madre de Gina, ha escrito un libro sobre aquellos once años y lo que ha venido después; un libro “nacido de la desesperación de una madre a la que se le ha muerto una hija” -y que en parte se lee con el alma encogida-, pero también, al tiempo, un libro que mira a la muerte de frente y la acepta como la sucesión de la vida -y que se lee con esperanza-. Se titula Seguiremos viviendo. Una muerte luminosa es posible (ed. Now Books) y tiene, además, otro gran objetivo: ser el primer eslabón de un proyecto del mismo nombre que sirva para dar a conocer el papel y la necesidad de los cuidados paliativos pediátricos y conseguir los recursos para una nueva unidad en el Sant Joan de Déu, a través del micromecenago.

Vídeo: Campaña Seguiremos viviendo (en catalán). La niña de la imagen es Gina, la protagonista del libro.

A Elisabet le cuesta pensar qué hubiera sido de ellos (porque en paliativos se trata al niño y a su familia) sin ese equipo del Sant Joan de Déu: “Hubiéramos seguido en el hospital, perdidos, muy perdidos, con mucho dolor. Con la familia rota. Nuestra familia ya no existía: sólo existía Gina. La situación nos estaba devorando…”, relata. En su caso, no ocurrió, pero pudo. A Gina le diagnosticaron el síndrome de Rett -una enfermedad rara por la que no caminaba, no hablaba, no conceptualizaba, tenía crisis epilépticas…- al año de vida y en mayo de 2013, después de tres meses “instalados en la séptima planta del hospital sin solución”, entró en paliativos.

Allí les dieron “alas para salir, para volver a casa y salvar a la familia”. Fueron afortunados, porque el hecho es que estos cuidados, que los expertos calculan que necesitan unos 6.000 niños al año en España, sólo los tienen, de forma integral, unos 1.000. Un 16%. Y eso que, como recalca el doctor Navarro, “se trata de un derecho”, recogido además en la cartera de servicios del Sistema Nacional de Salud.

El cálculo lo menciona el pediatra Eduardo Quiroga, que actualmente trabaja en el Hospital Niño Jesús de Madrid, y enumera a continuación: “Existe nuestra unidad de Madrid, la del Sant Joan de Déu, una en Mallorca y dos parciales -no atienden a todos los pacientes o no 24 horas- en Valencia y Málaga”. Sin embargo, el Ministerio de Sanidad ha señalado que los niños deben tener “atención paliativa específica distinta a la de los adultos”, reclama que como mínimo exista un equipo por comunidad autónoma y detalla cuáles deberían ser sus características básicas: al menos, deben estar formados por médico y enfermero apoyados por un equipo interdisciplinar pediátrico -pediatra, enfermero, psicólogo, trabajador social…-, contar con una asistencia telefónica 24 horas/365 días al año, y hacer posible, siempre que lo deseen el niño y su familia y las condiciones lo permitan, la permanencia en el propio hogar.

Que la enfermedad transcurra en casa significa disminuir la sensación de miedo, aislamiento y desamparo, y supone, incluso, un ahorro: “Mantener a un niño en un hospital puede suponer un coste de unos 600 euros al día; en casa, unos 60”, narra Quiroga, que habla de niños de dos años que han pasado hasta 400 días de su vida en un hospital y de otros que permanecen la mayor parte del tiempo en casa. Por ejemplo, los más de 60 niños que el Niño Jesús tiene en “hospitalización domiciliaria”. Se trata de evitar ingresos innecesarios y también de “adecuar las medidas terapéuticas. Llega un momento en que no todas las cosas que se pueden hacer se deben hacer”, relata Navarro.

Elisabet sabe bien lo que supone algo tan sencillo como que el equipo se encargue de coordinar los muchos médicos que tiene que ver un paciente de este tipo. Que haya siempre una “voz amiga” al teléfono que ayude “a entender que llega la muerte”. Que un profesional oriente, informe, acompañe. Que sea capaz de decir, en un momento de crisis, con la familia a punto de correr otra vez al hospital, otra vez a Gina enganchada a las máquinas y otra vez al ingreso sin solución: “Pero mira a tu hija. Mira en qué punto está”.

Elisabet miró. Y no corrieron al hospital. Se quedaron alrededor del sofá rojo.

“Una parte importante de los cuidados paliativos está en la comunicación y la toma de decisiones. Nosotros vemos el contexto de la vida del niño, y en situaciones ya maduras a veces los niños no tienen que ingresar a morir intubados en una UCI“, señala Quiroga, que responde a la entrevista entre visita y visita de las 4 o 5 (a los domicilios o las escuelas, para que los niños no pierdan días de clase) que suele tener cada día. Él, como Navarro, pertenece a una clase especial de médicos. O de personas. Los que son plenamente conscientes de que la medicina no siempre puede curar. Los que permiten que pacientes como Gina tengan una “muerte preciosa”. En un sofá rojo. En su casa, si es posible. Y con los suyos.

Publicado en El Confidencial el 24 de enero de 2015

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Jornadas de 13 horas, 19 causas e infartos: los ‘riesgos’ de ser juez

‘Suspendidos’. Es lo que se lee junto a los 19 juicios que Á.L. Del Olmo tenía apuntados en su agenda el día de su muerte, a las puertas de su juzgado, por infarto

“SUSPENDIDOS”. Es lo que se lee a la izquierda de los 19 juicios que el juez Ángel Luis del Olmo tenía apuntados en su agenda para la mañana del 2 de julio de 2013. 19 juicios, establecidos con diez o cinco minutos de diferencia los más, dos de ellos a la misma hora -9,15 de la mañana-, y un tercero un minuto antes, a las 9,14. Aquella era una jornada normal para el juez Del Olmo: desayuno hacia las 8 en una cafetería próxima a los juzgados de lo social de la calle Princesa de Madrid -el suyo era el 25-; mañana llena de juicios; tarde en su despacho para hacer las sentencias; salida, según relata un compañero (“Muchos seguimos trabajando en casa, pero Ángel Luis vivía en el juzgado”) siempre pasadas las 10 de la noche. Más de 13 horas de jornada que aquel 2 de julio de 2013 no llegaron a comenzar: en el ascensor en el que subía a la planta 8ª, la de su juzgado, se desmayó a causa de un infarto, lo sacaron al rellano y allí -en el edificio no había desfibrilador- falleció.

Alguien escribió en su agenda en letras mayúsculas, al lado de sus 19 juicios: “SUSPENDIDOS”. Quizá fuera la entonces secretaria de su juzgado, que hoy declara: “Se implicaba mucho. Hubo días que celebró hasta 21 juicios, y él llevaba las sentencias, que podían llegar a 38 a la semana, al día. Estábamos allí todas las tardes, y no éramos los únicos”. Ángel Luis del Olmo había tenido algún tropiezo en su carrera, pero en los juzgados de lo social muchos lo recuerdan ante todo como un hombre tal vez peculiar, pero sobre todo trabajador. Había sustituido a un interino que, a su vez, sustituyó a otro juez con incapacidad también por problemas cardiacos.

Pilar Varas, compañera de Del Olmo en lo social, lleva un infarto y una angina de pecho: “Obviamente, no se trataba sólo de un problema de estrés, yo tenía colesterol. Pero el estrés actúa de detonante, y desde luego en las salas de lo social, en Madrid, el estrés es común”. De otro juez de la capital, este de mercantil, cuentan que pedía su cartera con los expedientes mientras se lo llevaban en camilla, víctima también de un infarto.

Agenda de Ángel Luis del Olmo el día de su fallecimiento. Agenda de Ángel Luis del Olmo el día de su fallecimiento. (FOTO: El Confidencial)

Son, quizá, la muestra más lacerante de una realidad, la de la sobrecarga de trabajo en muchos juzgados, que ha motivado, en buena parte, una demanda de conflicto colectivo de la Asociación Jueces Para la Democracia contra el Consejo General del Poder Judicial y el Ministerio de Justicia ante la Audiencia Nacional que se verá, si no hay acuerdo previo, el 3 de febrero. En ella los acusa de haber incumplido su obligación de evaluar “los riesgos, incluidos los psicosociales, para la seguridad y salud” de jueces y magistrados y la de “elaborar un Plan de prevención de riesgos laborales” (son quizá el único colectivo de empleados públicos que no lo tienen) y pide a la Audiencia, entre otras cuestiones, que los inste a la “inmediata adopción de medidas de protección”.

Tras la demanda, pionera, está la negociación de un Sistema de Prevención de Riesgos Laborales que contemple la carga máxima de trabajo de los jueces y magistrados. Tanto el Consejo como el Ministerio se comprometieron a adoptarlo en 2010 y, según declaraban la pasada semana en el CGPJ, el tema se reactivó no desde que se interpuso la demanda, sino desde la formación del nuevo Consejo: existe, dicen, un borrador y prevén aprobarlo antes de fin de mes. Este mismo viernes se reunió la Comisión Nacional de Seguridad y Salud de la Carrera Judicial (CNSS), que cuenta con representantes del Consejo y de las asociaciones judiciales. Glòria Poyatos, representante de Jueces Para la Democracia en la Comisión, recalca que su asociación “mantiene su posición de que se incluyan en el Plan de Prevención las cargas de trabajo como el riesgo profesional estrella”.

La demanda de Jueces para la Democracia cita estudios como el Informe sobre los Órganos Judiciales que Sobrepasan el 150% de la Carga de Trabajo, que publicó el CGPJ el pasado año, y que establece que un 43,53% de los órganos judiciales superan el 150% de la carga de trabajo que el propio Consejo considera normal (allí aparece el juzgado ante cuyas puertas murió Del Olmo con una sobrecarga del 196%). También el Informe Urgente sobre Riesgos Psicosociales y Carga de Trabajo en la Carrera Judicial, elaborado por la sección sindical de la asociación, que determina que el riesgo piscosocial más grave entre los jueces son las llamadas “exigencias psicológicas”, que ponen en relación el volumen de trabajo con el tiempo disponible para realizarlo y afectan a un 92% de los jueces.

El resultado tiene un nombre, estrés, y varios perjudicados: Poyatos habla de una “grave amenaza no sólo para los juzgadores, sino también para la salubridad de la Justicia, pues una carga de trabajo puede ser una magnífica herramienta política de neutralización judicial, y un bálsamo en la tramitación de numerosos procedimientos de corrupción, que se eternizan procesalmente”. Antonio Seoane, titular del juzgado de lo Social nº 34 de Madrid, añade otros aspectos: “Con la crisis, aumenta la cantidad de trabajo y disminuye la calidad, y tú, como juez, eres consciente de ello. Nuestro trabajo no es como para que nos sintamos orgullosos. No podemos dedicarnos a hacer churros por sistema”, declara, mientras recuerda semanas de 60 juicios y más de 60 horas de trabajo y habla de juicios que no se preparan previamente y de presiones tal vez excesivas en ocasiones para que las partes lleguen a una conciliación (y el juez pueda ahorrarse esa sentencia y dedicar tiempo a otros casos). “El problema es en qué condiciones se hacen 20 juicios en un día”, añade este juez, que ha pisado el freno porque “se trata de no morir en el intento”.

A todo esto se une el tipo de temas que llegan a los tribunales con la crisis, de mayor complejidad -en el caso de lo social, despidos por causas económicas con intervención de peritos económicos e ingenieros y amplias documentales de 4.000 folios- y carga emocional: “El de la mujer a la que se concede la pensión y, cuando llega la sentencia, la hija te dice que falleció hace meses; el de los hermanos despedidos de la fábrica a los que citas en cinco meses, y te dicen que cómo comen mientras tanto… Es mejor no enterarse, porque entonces haces lo que hacía Ángel Luis: te metes 20 juicios al día”, explica Seoane. En la agenda de Del Olmo de aquel 2 de julio hay consignados temas de Seguridad Social, reclamaciones de salarios, despidos, sanciones…

Y luego están los medios, escasos o inapropiados, de los que se lamentan en muchos juzgados: Miguel Ángel Izquierdo, secretario judicial, describe edificios “del tercer mundo, con goteras, funcionarios y expedientes apiñados, un archivo que se inundaba cada dos por tres y programas informáticos que ya están descatalogados. En el decanato de Navalcarnero, con 6.000 asuntos y seis juzgados, hay un solo funcionario. Faltan medios materiales y de personal y también organización para distribuir el personal donde se necesita”, apunta.

Jueces Para la Democracia reclama un Plan de Prevención que contemple una carga máxima de trabajo para los jueces y la sobrecarga como un riesgo laboral. Algo que pudiera parecer sencillo y que quizá esté tardando tanto porque, como dice Antonio Seoane, asumirlo implicaría reconocer la necesidad urgente de la justicia española de “dinero, y jueces, jueces y más jueces”.

Publicado en El Confidencial el 18 de enero de 2015

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La Ley de Seguridad Ciudadana castiga (por la puerta de atrás) a las prostitutas

La ‘ley mordaza’ sólo castiga, en apariencia, a los “demandantes” de sexo, pero las prostitutas pueden incurrir en desobediencia si lo siguen ofreciendo

Tres visitas de la policía en mes y medio. Los agentes acuden a los locales donde trabajan algunos de los y las cooperativistas, preguntan a todos si están dados de alta como tales, y, tras verificar sus papeles, se marchan. Siempre “cordiales”, según reitera Jaume Bonet, coordinador de Sealeer, la primera cooperativa de trabajadores del sexo española. Nació en Ibiza el año pasado y suma ya cien altas en la Seguridad Social, entre mujeres y hombres, lo que les permite eludir la situación de alegalidad o ilegalidad (según dónde se ejerza) que acompaña la prostitución. Sin embargo, la puerta legal y laboral que ha entreabierto esta iniciativa vuelve a toparse con la realidad jurídica de este país: la Ley de Seguridad Ciudadana -rebautizada en algunos sectores como ‘ley mordaza’– que ha aprobado el Congreso castiga no sólo a los clientes, sino también a las prostitutas que negocian en las calles, como hacen muchos de los cooperativistas. Aunque, eso sí, lo hace de una forma un tanto retorcida.

La ley, contra la que este sábado se manifestaron miles de personas en distintas ciudades, comenzó su polémica andadura sancionando como infracción grave, en el ámbito de la prostitución, “el ofrecimiento, solicitud, negociación o aceptación de servicios sexuales retribuidos” en ciertas zonas (lugares de uso de menores, carreteras…). Es decir, castigaba a prostitutas y clientes. Han pasado los meses, y el articulado cambió, limitando aparentemente el castigo a los clientes, como sucede en Suecia y propugna la corriente del nuevo abolicionismo. Aparentemente.

Desobediencia y resistencia a la autoridad

El artículo 36.11 del texto salido ahora del Congreso tipifica como infracción grave (de 601 a 30.000 euros) “la solicitud o aceptación por el demandante de servicios sexuales retribuidos” en los lugares antes mencionados. La sanción, de quedarse ahí, sería para el cliente, pero el caso es que en un segundo párrafo, la ley añade: “Los agentes de la autoridad requerirán a las personas que ofrezcan estos servicios para que se abstengan de hacerlo en dichos lugares, informándoles de que la persistencia podría constituir una infracción del párrafo 6 de este artículo”. El párrafo 6 estipula, de nuevo, una infracción grave, en este caso por “desobediencia” o “resistencia a la autoridad”. Es decir, las prostitutas son igualmente castigadas, o al menos se deja abierta esa posibilidad.

La Ley contraviene de esta forma la última resolución del Parlamento Europeo sobre el tema -que subraya que no debe penalizarse a quienes ejercen la prostitución y pide la derogación de toda legislación represiva- y recomendaciones de algunas asociaciones y expertos, como las recogidas esta misma semana por el proyecto Indoors, subvencionado por la UE, que alerta de que la criminalización del trabajo sexual aumenta la vulnerabilidad de quienes lo ejercen.

Vídeo: “Igualdad de derechos”, del Proyecto Indoors.

Abocadas a los clubes

Además, la norma ha tenido la ‘virtud’ de poner de acuerdo (en su contra) a sensibilidades contrarias respecto al tema de la prostitución. Rosario Carracedo, portavoz de la Plataforma de Organizaciones de Mujeres por la Abolición y partidaria del castigo al cliente, recuerda que cuando se comenzó a barajar el proyecto de ley fueron a visitar a los distintos grupos políticos, “y hubo un gran consenso, incluido el PP, en que las mujeres no iban a ser sancionadas. Es inadmisible. La prostitución no se puede abordar desde la sanción, sino desde la asistencia y la oferta de alternativas. La sanción sólo agrava la situación de la mujer prostituida”. Para el colectivo Hetaira, que defiende la normalización del trabajo de las prostitutas, la ley es un nuevo ejemplo “de hipocresía y de maquillaje de la realidad: es algo que podrían firmar muchos sectores, porque parece que no se persigue a las prostitutas. Sin embargo, las empuja a los clubes o a la pobreza, si no entran dentro de los parámetros que los clubes quieren”, según explica su portavoz, Mamen Briz.

Glòria Poyatos, jueza decana de Lanzarote, pone el acento en que la prostitución libre es legal, con lo que sancionar su ofrecimiento, solicitud o negociación vulnera la libre elección de trabajo y la libertad de empresa. Y añade: “Y no se ofrecen alternativas. Se las lleva a lugares ocultos donde será más fácil que sufran agresiones y violaciones”.

La nueva ley se suma a una legislación en torno a la prostitución que se resume, sobre todo, en un mapa variopinto de ordenanzas municipales. Mientras, en Ibiza, los policías y los trabajadores del sexo mantienen una relación hasta tal punto cordial que, según narra el coordinador de la cooperativa de trabajadores de sexo, Jaume Bonet, los propios agentes han informado a varias prostitutas de la existencia de esta asociación para que puedan legalizar su situación.

Publicado en El Confidencial el 21 de diciembre de 2014

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“¿Niños malnutridos? En esta ciudad lo que hay es hambre”

Ramón*, el pequeño (4 años), termina el melón, se sube de pie en la silla y suelta: “Estoy lleno”. A su lado, acaban sus platos su hermana María (8) y Raúl (6). Lo de acabar es un decir, porque Raúl se ha dejado media empanada que esconde bajo el plato del vecino. Bendita desmemoria la de los niños, bendita desmemoria la de Raúl, que no recuerda aquellos meses en los que, como relata su madre, Pilar -hoy enferma del tiroides y anemia-, no podía dejarse nada en el plato porque nada había. “Cuando estaba con mi marido nos cortaron la luz. Y no teníamos para darles”.

Pilar se echa a llorar, y se oculta de su hija María, que pregunta con una sonrisa el nombre de la extraña que habla con su madre y después, seria, pregunta también que por qué llora ella. Los cuatro están en un comedor social de Madrid de la ONG Olvidados y la Fundación Argos, donde se da una comida a unas 180 personas en dos turnos cada día, entre ellos, unos 20 niños, y se reparten cada jueves 180 bolsas de comida para que se lleven a casa y tengan qué darles durante la semana. Hasta hace poco, los niños eran unos 90 y ocupaban un turno entero, pero gracias a las becas de comedor de Olvidados(296 en Madrid, donde atienden a 1.800 familias) muchos de ellos pueden comer en el colegio. Por ahora, porque muchos cerrarán sus puertas en verano: la pasada semana el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, rechazaba la propuesta de que el Gobierno regional actuase para que se abrieran los centros escolares (y sus comedores) en verano -la competencia, señaló, es de los ayuntamientos-, algo que ha pedido la Defensora del Pueblo. Esta semana, sin embargo, se ha comunicado a los responsables de al menos un colegio del sur de la capital que su comedor permanecerá abierto.

Reparto de alimentos en el comedor de El Pozo. (Foto: Olvidados)Reparto de alimentos en el comedor de El Pozo. (Foto: Olvidados)

“Gracias a dios, no hay ningún problema de desnutrición en Madrid”, decía González. “En esta comunidad lo que hay es hambre“, le responde Esperanza, alma de este comedor, nacida en Jaén hace 77 años: “Cuando llegan, los niños tienen telarañas en el estómago porque no comen. Y así cómo van a rendir. Sin desayunar y llevando la ropa que tú les das. Este es un barrio humilde y trabajador, pero lo que no tenemos ahora es trabajo”. El comedor está en el Pozo del Tío Raimundo, donde se crió, en una chabola, Esperanza, que hoy dice que este centro le recuerda a su infancia: “Al comedor social al que iba en mi pueblo”, dice.

Telarañas no tienen hoy, por suerte -o más bien por Esperanza y el resto de voluntarios-, Ramón, María y Raúl. Pero su madre, Pilar, lleva aún a cuestas un dolor “muy feo”: “A veces me decían: ‘Mamá, tengo hambre’. ‘Mamá, tengo hambre’.” Pilar no sabe cómo se engaña al hambre. Si se le pregunta cómo se hace, alza los hombros y responde que ella se ponía a llorar, sin más.

Pasaron tres meses de hambre para desayunar y hambre para cenar muchos días en la casa sin luz de Pilar. Hoy, los pequeños desayunan leche, tostadas y, cuando hay fruta (no a menudo), zumo. Al salir del colegio, caminan una hora hasta llegar a este centro (hoy, menestra y la empanada que Raúl ha dejado a medio comer en el plato) y, tras caminar otra hora de vuelta y atender a sus actividades de la tarde, cenan puré y, “a veces”, un filete de pollo. Para el pescado no da. Tampoco para el transporte: por eso vienen caminando. “¿Y en agosto cierran?”, pregunta preocupada Pilar. Y sí, en agosto cierran el comedor, así que Pilar tendrá que tirar de su exigua Renta Mínima de Inserción (RMI) de 532 euros (260 se va en la habitación que ocupan los cuatro) para que puedan hacer también una comida al mediodía. Sin pescado. Y sin más carne que la de pollo, “a veces”.

'¿Por qué no puede salir mi cara?', le pregunta María (i) a su madre (c) al lado de Olga (d), de Olvidados.‘¿Por qué no puede salir mi cara?’, le pregunta María (i) a su madre (c) al lado de Olga (d), de Olvidados. (Foto: Ana Goñi)

En el comedor se oye hablar mucho de la RMI. De quién la tiene y quién, increíblemente, no. De amenazas de desahucio. De paro. De niños que no tienen becas de comedor, aun cuando tienen que acudir a este lugar a que los alimenten. De otros que tendrían derecho a beca, pero carecen de plaza en un colegio con comedor. Se oyen también las risas y los balones con los que juegan fuera los niños. Los llantos se ocultan y se acallan rápido, pero ahí está el de Pilar, ahí está -incontenible- el de la voluntaria que ha venido por vez primera a echar una mano, ahí está también el de Lucía, que ha venido con dos de sus tres hijos, los gemelos Javier y Jose (6 años).

La dieta de los gemelos se compone de leche y galletas a la mañana, una comida que se reduce al primer plato de lo que les dan en este comedor y una cena que es, en realidad, el segundo plato que debieran haber comido aquí. Es decir, hoy han comido menestra y cenan empanada. La leche de la mañana es en polvo, y cuando la estúpida ignorancia hace preguntar si es que así es más barata la respuesta hiere como las lágrimas de Lucía: es en polvo porque así se dona.

En agosto “Dios proveerá”, dice Lucía. Ese mes, los gemelos se quedarán al cargo de su hermana -Susana, 14 años- y la abuela “los irá a mirar”, porque a Lucía le ha salido una suplencia, en Benidorm, de camarera. “Les he privado de muchas cosas, y qué le voy a hacer”, dice ella. Desde Olvidados, una mujer en constante actividad de nombre Olga San Martín dicta sus reclamaciones con urgencia: “Que se abran los colegios en verano. Que se organicen empresas que lleven comida. Y que se utilice la excusa de un taller, aunque sea de dos horas, para que los niños puedan comer y llevarse una tarrina a casa”.

Esperanza, en la puerta de la despensa.Esperanza, en la puerta de la despensa. (Foto: Ana Goñi)

Las chiquillas de Carmen (9 y 6 años) tampoco están con su madre. Viven en casa de sus suegros, porque ella no tiene para mantenerlas. Desde hace tres años no entra dinero en su casa, más bien la de la abuela, de la que, por cierto, pende la amenaza del desalojo. En verano pasarán, sí, unos días con ellas (y con el abuelo, enfermo en casa), al menos mientras siga abierto este comedor en El Pozo. Luego, en agosto, tendrán que volver con sus suegros, porque no hay de dónde sacar: “Es lástima ver a unos niños que no puedan comer”, dice Carmen con sencillez. Y otra Carmen, esta voluntaria del comedor, cuenta: “Es una vergüenza. Aquí vienen ocho familias con sus hijos. No tienen becas. Pero aunque ahora viene más gente, ninguno se queda sin comida: los niños están antes, luego los mayores. Un adulto puede comer un pedazo de pan. Un niño, no”.

“Nos quedan dos euros para vivir”, explica el padre de Sonia (10 años), Manuela (7) y Lorenzo (3), mientras ellos juegan en la puerta. La cuenta es rápida: 530 de los 532 euros de RMI se van en la hipoteca. Quedan dos… O casi, porque la madre se saca unos 200 más de algunas horas de trabajo en domicilios. Eso da para que los hijos tomen un vaso de leche y pan para desayunar. La comida, de este centro, que se llevan a casa porque no les gusta comerla dentro. La merienda, un trozo de pizza que les han dado. Y la cena, espagueti. “A veces compro pollo”, dice él. “Antes nos preocupábamos por la comida. Ahora estamos ya hechos”, narra, al tiempo que explica que ha echado los impresos para que los niños vayan a campamentos de verano de Cáritas, y si no salen, pues “habrá que apañarse”.

Inma del Prado, también de Olvidados, cuenta: “Hay casas en las que hemos encontrado niños dormidos. Y hemos dicho: ‘Qué buenos’. Pero no. Fuimos a visitarlos con un pediatra y lo que había era hambre. Y desde Las Cortes eso no se ve”. Algunos centros se han dirigido a esta pequeña ONG -compuesta sólo de voluntarios y que, recalcan, sólo gasta en lo necesario: ni tarjetas tienen- para pedir ayuda. El responsable de la secretaría de uno de estos colegios describe la situación: “Les llamamos por una chica (18 años) con dos niños. No había forma de que alguien le pagara el comedor. Fuimos supliendo lo que podíamos…”.

Desde este colegio están intentando buscarle trabajo, mientras han seguido supliendo otros muchos casos, “haciendo cábalas”: han dado meriendas y desayunos a niños gracias a la aportación de la empresa que les suministra la comida, dejan ducharse a familias enteras en el colegio, los profesores han pagado comidas de su bolsillo. “Queremos que se nos reconozca también la labor pedagógica”, explica este responsable del centro, pero es difícil cuando su labor social es tan importante como para paliar el hecho de que a él acudan “niños sin desayunar. Y sin cenar, muchos. Hay niños que pasan hambre. Y eso en el siglo XXI es flagrante”.

Por ahora, la respuesta a la petición de la Defensora del Pueblo ha sido desigual. Andalucía, Aragón y Canarias han dicho que abrirán centros. En Madrid, a la espera de que se confirme oficialmente la intención de abrir algunos centros, la respuesta es negativa. En Rioja y Galicia han respondido también que no, con polémica: generaría “excesiva visibilidad”, han dicho en Galicia, y “discriminación”. “Es una polémica estéril”, dice Alberto Casado, coordinador de campañas de Ayuda en Acción, una ONG que proporciona becas de comedor y campamentos urbanos para este verano. “Mayor discriminación es no comer. Y hay alternativas para proteger ambos derechos de los niños, por ejemplo, dando becas para los campamentos de verano. No se trata de poner un anuncio en la puerta de los centros”, señala, al tiempo que recalca algo que es de sentido común: “Pasa lo de siempre. Se piensa en el verano cuando ya está encima, cuando la administración debería haber pensado esto en marzo. No podemos tirarnos ahora de los pelos”.

Cita Casado la “dieta del Avecrem”, esto es, la pasta con una pastilla de Avecrem, que un padre solía darle a su hijo. Eso en un país en el que, como recalca Ayuda en Acción -que recuerda con una campaña que el ‘monstruo’ del hambre no se va de vacaciones-, un 26,7% de los menores de 16 años están amenazados por el hambre y más de dos millones y medio viven bajo el umbral de la pobreza. “Estoy segura, y así lo espero, de que todos los niños puedan recibir una comida suficiente en verano”, ha dicho la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril. Sin embargo, no ha llegado aún el verano y ya hay niños, en Madrid, que hoy han comido un solo plato de menestra y que cenarán el segundo que debería haber completado su comida, una empanada.

(*Los nombres de este reportaje son ficticios.)

Publicado en El Confidencial el 15 de junio de 2014.

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“Si en vez de tener dos hijos dando la cara tuviera un ‘plan’, podría seguir de cura”

“¡Yo soy la suegra del cura!”. Emilia Robles recuerda, entre risas, cómo su madre bromeaba ante su boda. Porque su madre era, de hecho, la suegra de un cura, del sacerdote Julio Pérez Pinillos, cura obrero de los que trabajaban en aquel Vallecas (Madrid) de las chabolas, el desarraigo de los emigrantes y las jornadas de 15 horas del final de la dictadura. De los que trabajaban con los propios obreros, en la fábrica. En su caso, la de Ericsson. Allí se conocieron, porque allí entró también ella en 1972 -siendo aún estudiante de Psicología- por sacar algo de dinero y porque quería “ver esa realidad tan dura”.

“Yo no me enamoré de un cura. Yo me enamoré de un compañero de fábrica, del hombre con quien compartía tantas cosas importantes para mí, como la teología… Y tardamos en darnos cuenta de lo que nos estaba pasando, hasta que los que había cerca nos lo dijeron, y entonces la pregunta de Julio era: ‘¿Y cuál de las dos vocaciones no es auténtica?'”. Tardaron cuatro años en responderla, en responderse, que ninguna. En 1977, cuando ya habían hablado con sus comunidades, con la gente de la fábrica y con el obispo, se casaron sintiéndose “acompañados y respetados”, y desde entonces llevan intentando “abrir camino” en la Iglesia tal y como les recomendó el prelado: respetando el ritmo de su comunidad, de sus compañeros curas, “creando en vez de rompiendo”, yendo sólo a donde se les ha llamado. A Julio, por ejemplo, lo han ido poco a poco incluyendo en el arciprestazgo y en el foro de curas de Madrid, y hoy mismo no puede responder a esta entrevista porque sigue atendiendo a su comunidad católica, en Vallecas.

Emilia Robles y Julio Pérez Pinillos, el día de su boda.Emilia Robles y Julio Pérez Pinillos, el día de su boda.

Ahora, casi tres décadas y tres hijas después (“Mi papá es un cura”, escribía en su cuaderno una de ellas cuando era chica), Emilia Robles, que dirige la asociación Proconcil, habla de las palabras del Papa Francisco sobre el celibato que han vuelto a poner el tema bajo los focos. “Al no ser un dogma de fe siempre está la puerta abierta” al diálogo, dijo Bergoglio. Y Emilia apuesta por ese diálogo: “No es importante que reconozcan a Julio ni a ningún otro. Lo importante es la renovación ministerial. Los cientos de miles de comunidades que no pueden celebrar la eucaristía porque no hay curas, la sangría de sacerdotes que se marchan, la pérdida de toda esa riqueza, el diálogo con otras iglesias en las que ya existe esa tradición. Cambiar la norma no significa que no se valore el celibato. Pero si el matrimonio también es un sacramento, y si valoramos tanto la familia, no puede ser que se lo neguemos a ellos”, resume Emilia, que recuerda a los 57.000 sacerdotes que pidieron su secularización entre 1964 y 1996. Ahí no están reflejados los que se han marchado sin ‘dispensa’, con los que la Federación Internacional de Sacerdotes Casados -que en su día presidió su esposo- eleva la cifra a 100.000. Entre 8.000 y 10.000 en España.

Aboga Robles por volver a la tradición, pero la de San Pablo, en la que “no importaba si la gente estaba casada o no, sino sus raíces en la comunidad”, y no la de la Edad Media: el celibato proviene del segundo Concilio de Letrán, en el siglo XII (recuérdense las barraganas del Libro del Buen Amor), y no se impuso hasta el de Trento, en el XVI. También las tesis del obispo Fritz Lobinger, quien propone un doble presbiterio, conformado por sacerdotes célibes y personas, con familia o sin ella, que, a propuesta local, se presenten a Roma para ser ordenados y poder atender a sus comunidades. “Creo que el Papa tiene conciencia de que esto, con el tiempo y no tardando, tiene que irse hablando”.

En la Conferencia Episcopal poco dicen sobre el asunto. “No se comentan las palabras del Santo Padre”, recalcan, y lo mismo cuando se les menciona las declaraciones de su vicepresidente, Carlos Osoro, que se limitaba a comentar hace unos días: “El Papa ha dicho que el celibato no es dogma de fe, y tiene razón”. Tampoco aportan cifras de los curas que han pedido la dispensa en los últimos años, remitiendo a las diócesis (“la Conferencia no interviene”). Lo cierto es que no todos tienen que reclamarla y renunciar: a los sacerdotes del rito oriental o los llegados desde la Iglesia anglicana, la católica les permite llevar a cabo su ministerio teniendo mujer e hijos. “Es como si en Cuenca pudieran hacerlo y en Albacete no”, explica gráficamente José Luis Alfaro, padre de dos hijos y abuelo de dos nietos, que dejó el sacerdocio en 1977 para casarse (“aunque nunca es eso solo lo que te lleva a ello”) y sin embargo hoy sigue celebrando, y consagrando, en una comunidad cristiana popular en Albacete: “Ni pedimos permiso ni nos lo prohíben. Es que hay cosas que, si uno está convencido, las hace y ya está”, explica, al tiempo que habla de las relaciones “muy cordiales” que mantiene con las autoridades eclesiásticas en la zona.

Alfaro está al frente hoy de la revista del Movimiento Pro Celibato Opcional (Moceop), pero recalca que no se trata sólo de esa demanda, ni mucho menos: “El hecho de que un cura se pueda o no casar es una minucia frente a otras cosas que hay que cambiar en la Iglesia: que sea más democrática, que se transforme en una comunidad de iguales, que la mujer no sea sólo mano de obra barata, sino que pueda tomar decisiones y ejercer el ministerio sacerdotal…”. Sin embargo, añade: “Si el celibato fuese opcional, habría otra visión del sexo, de la familia, de la educación de los hijos. Más abierta y más real. No es lo mismo hablar de oídas que vivirlo. Creo que la cerrazón de tantos años respecto a esto viene de que quienes toman las decisiones son célibes y ancianos”.

Él, a sus 70, jubilado de maestro pero no de padre ni abuelo ni, parece, de sacerdote, mantiene: “Nuestra demanda tiene varios motivos. Se evitaría un dolor tremendo a muchas personas. El del sacerdote que se enamora, el de la mujer enamorada de un cura, el de que se planteen dos vocaciones. Y se evitaría la posibilidad de una doble vida, la de las relaciones a escondidas, que existen, y ante las que la jerarquía hace la vista gorda. Muchas veces he dicho que si en vez de tener dos hijos dando la cara hubiera tenido un ‘plan’, probablemente podría seguir de cura”.

Carta al Papa

Andrés Muñoz no consagra, pero, a diferencia de Alfaro, sigue siendo sacerdote ante la ley católica. No tiene la dispensa, el ‘permiso’ papal, puesto que cuando decidió secularizarse, en 1979 -13 años de cura-, le vinieron a decir que no se le concedería “si no venía a decir que había perdido la fe, que era una especie de obseso sexual y que tenía mujeres e hijos por ahí”. Aquello “ofendía” su dignidad, según afirma, y se “autosecularizó” porque se había ido encontrando “conflictos entre los mensajes que tenía que dar y que a mí no me valían. Veía que además me faltaba un aspecto, el afectivo”. Se salió de sacerdote, encontró su “compañera” y llevan 33 años de casados, con un hijo.

Ella, su compañera, es la coordinadora general de Moceop, Teresa Cortés, que reclama “la renovación de la Iglesia, y eso pasa por la supresión del celibato”. Ante la respuesta fácil de que si un cura no quiere ser célibe puede dejar de ejercer como tal, ella responde: “Es que cuestionamos el sentido del sacerdocio actual. Su esencia es el servicio a la comunidad, y desde ese punto de vista lo puede ejercer cualquiera”. ¿Hasta consagrar? “Sagrado sólo es el ser humano. Y respecto a hacer presente a Jesús, que es lo que significa la eucaristía, el Evangelio dice: ‘Cuando dos o más están reunidos en mi nombre, ahí estoy yo’. No dice nada de si deben ser mujeres u hombres, solteros o casados…”

“Este Papa parece que está levantando cierta sospecha de esperanza”, reconoce con reservas su marido, Andrés Muñoz. Esa misma “sospecha de esperanza” debieron de ver en Francisco las 26 mujeres italianas que, hace unos días, le enviaban una carta al respecto: “Querido Papa Francisco, somos un grupo de mujeres de todas las partes de Italia (y no sólo) que te escribimos para romper el muro de silencio e indiferencia con el que nos encontramos cada día. Cada una de nosotras ha vivido, está viviendo o querría vivir una relación de amor con un sacerdote, del que está enamorada”, arrancaba. Una carta que venía a reclamar, al igual que Muñoz, “una Iglesia menos dogmática que use más el corazón y menos la ley”.

Publicado en El Confidencial el 1 de junio de 2014.

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“El paro es un comepersonas”

“El paro es un ‘comepersonas'”. Lo dice uno de los 88 entrevistados en un estudio cualitativo de la Fundación 1º de Mayo sobre las consecuencias del desempleo que ha realizado un equipo dirigido por el sociólogo Enric Sanchis, de la Universitat de València. Un ‘comepersonas’. Así de contundente. Así de desolador. Pero no es esa la única certeza que nace de la lectura de las conclusiones -en algunos aspectos aún provisionales- de la que es la primera investigación de este tipo que se realiza en España, que ha dado voz a 88 desempleados, 49 mujeres y 39 hombres, que llevan en más de la mitad de los casos (51) más de un año en esa situación, que a menudo (45 de ellos) no perciben ningún tipo de ayuda económica y que, en muchas ocasiones (50 de los entrevistados) aceptarían “cualquier tipo de empleo”. Hay más: sus reacciones a la pérdida del empleo van del trauma a la naturalidad y casi todos buscan con intensidad un nuevo trabajo, mientras, a medida que llevan más tiempo en paro, reducen sus expectativas salariales (realistas desde el principio); a la mayoría no les paraliza la ansiedad o la preocupación y se esfuerzan por no abandonarse, con la conciencia de que tirando la toalla la cosa sólo puede ir a peor, según el primero de los análisis.

Subraya Sanchis que la muestra no es estadísticamente representativa del universo de parados. Sin embargo, de lo que no cabe duda es de la elocuencia de estos 88 testimonios para retratar una realidad en la que viven hoy, en España, 5.933.300 personas, según la EPA del primer trimestre del año. Un ‘ogro’ que no come niños, sino adultos, y que amenaza a tantos otros, porque, como dice uno de los entrevistados, cunde la sensación de que un contrato indefinido “no sirve para nada; eso y llevar un sugus en el bolsillo es igual“:

1. Primera reacción ante el paro. Hay dos respuestas mayoritarias: la de quienes nunca pensaron que les tocaría y “lo viven como un mazazo” (“pena y mucha tristeza. Esa es la palabra; y preocupación“, dice uno de los parados), y la de los siempre precarios, que lo llevan “con cierta normalidad” (“es toda una vida dedicada al paro”, se lamenta otra). Luego llega la búsqueda “cada vez más ansiosa” de empleo; finalmente, en muchos casos, “la adaptación resignada”.

2. El salario de reserva. Ante la pregunta de “¿Por menos de qué cantidad de dinero no debería un trabajador aceptar un empleo?”, lo que se conoce como salario de reserva (por debajo del cual un individuo no está dispuesto a aceptar un empleo), las respuestas sugieren “debilidad, moderación, realismo si se prefiere”. Las posturas van desde la del joven que pide “que me den lo que quieran, a ver si así consigo colocarme de una vez” a la exigencia del mínimo profesional y hasta los 1.500 que reclama un hombre de 51 años, casi dos en paro, que era mando intermedio en la construcción. La más frecuente, 800 euros… Aunque con matices: “Tal y como están las cosas… ¿800?”, sugiere una licenciada de 28 años, que prosigue: “Yo por 700 trabajo. Es que por 600, es que estoy desesperada también […]. O por 500, ahora que lo pienso […]. Es que no tengo, expectativas no tengo”.

3. Las ‘ventajas’ del paro. Para 48 de los entrevistados, en el desempleo no hay ventajas ni oportunidades. Opinan de diferente forma 34, en referencia “a la posibilidad de mejorar la formación, pero siempre bajo la condición de estar cubiertos por la prestación”. “A mí me ha permitido hacer más estudios, que era imposible con el trabajo que tenía”, dice uno de ellos.

4. Los falsos parados. “Tendrás que buscarte la vida. No somos falsos parados, hacemos lo que podemos para poder seguir adelante y esperar a que esto se pase”. Habla una universitaria, de 38 años, a la que su empresa, una agencia de publicidad, ofreció seguir trabajando en negro (ella lo rechazó) y tras 36 meses en paro hace algún trabajo “en negro” de diseño gráfico. Ante la pregunta de si hay mucho falso parado, 35 sostienen que sí; 37 lo niegan. Y muchos lo justifican: “Es normal que cuando te dan 400 euros de paro nada más, pues necesites sacar dinero por otro lado para mantener a tu familia, cosa que tampoco me parece mal”, dice otro de los desempleados.

5. La vida en paro. “Te agobias porque estás acostumbrado a trabajar, Llevas trabajando toda la puta vida, y te agobias”, relata un exempleado en la construcción, de 51 años, casi dos en el paro. El empleo, señala el estudio, “estructura el tiempo. Al perderlo, la persona se encuentra con un montón de tiempo libre que puede convertirse en tiempo vacío si no toma algunas precauciones”. La existencia de rutinas que el parado se crea (o su ausencia) habla de personas activas y con objetivos, y otras más apáticas y desorientadas. Los entrevistados “ocupan casi todas las posiciones”, aunque en su mayoría “se esfuerzan por no abandonarse y tener cosas que hacer”. Lo que no evita, sin embargo, que se vislumbre la angustia: “Hay algunas veces que me siento como un parásito”, señala un licenciado en Administración de Empresas de 28 años, que vive con sus padres. “Me estreso pero porque no hago nada en todo el día”, dice un exempleado de una empresa de soldadura, 24 años, un hijo y todos viviendo también con los padres. Para la licenciada de 28 años que trabajaría hasta por 500, el día se resume así: “Todas las mañanas […] me pongo delante de Infojobs a apuntarme a todas las ofertas que veo que me interesan o que puedo interesar yo, de todo tipo, de trabajo más interesante, menos, trabajo en condiciones más horribles, trabajo con menos. No sirve para nada, pero necesitas hacerlo. Luego como […], limpio la cocina, y de ahí me voy a mi cuarto a leer. […] Y me pongo otro rato delante de Infojobs. […] Luego me voy a andar con una amiga […] y ya llega la hora de cenar, cenamos, veo la tele, leo, me duermo y un día más”.

6. Desempleo y salud. “La mayoría de la gente lo pasa mal en el paro, algunos incluso muy mal”, reza el capítulo del estudio dedicado a las consecuencias en la salud. Y esa conclusión, que puede parecer una obviedad, muestra sus verdaderos dientes con las cifras (21 personas con niveles significativos de angustia, temor o ansiedad, ocho medicados con antidepresivos o tranquilizantes) y con los testimonios: “Te sientes inútil, te sientes como que te apartan porque no sirves para nada, es una sensación de frutración”, dice uno (trabajador manual, 50 años, más de cuatro años en paro, con un hijo y un subsidio de 426 euros). “Estás aquí, pero ¿para qué coño estoy yo aquí? Esa es la pregunta que me hago cada vez más”, suelta otro (59 años, último empleo de camionero, cinco años en paro). “Es que te hundes, es que no te apetece hacer nada […]. Los que no trabajamos sólo hacemos que pensar […]. Me siento muy afortunada por estar como estoy [se pone a llorar]. No, yo estoy mucho mejor que otras muchas personas”, explica otra (una mujer de 31 años, una hija, cuatro meses en paro). “Te levantas, desayunas, te tiras en el sofá. Tus pensamientos son del tipo qué voy a hacer, y qué voy a hacer. Para que llegue la hora de comer y sigas igual, pretendas ‘hacerte’ una siesta y no te puedas dormir por lo mismo […]. Emocionalmente el paro es un ‘comepersonas’ […] Luego, empiezas a tener síntomas físicos. Al principio son como tristeza y aburrimiento […]. Pero eso te va comiendo por dentro, sin darte cuenta”, relata la mujer (38 años, tres en el paro, 390 euros de ayuda asistencial) cuya declaración abría este reportaje. Y es que, como señalan los investigadores, “el paro suele doler, y a veces mucho”. Tanto que tiene efectos “particularmente perjudiciales” para la salud física y mental, según la OMS.

Publicado en El Confidencial el 25 de mayo de 2014.

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El liderazgo de los presidentes: de Rajoy, el gran defensa, a Suárez, pura táctica

Ni Suárez ni Zapatero, muy similares en algunos sentidos. Ni Aznar y sus sueños de grandeza, ni Rajoy y su tancredismo. Ni el efímero Calvo-Sotelo. Ni tan siquiera González. “Ninguno de los presidentes españoles merece el nombre de líder en su concepción más exigente”. La frase pertenece a Los presidentes españoles. Personalidad y oportunidad, las claves del liderazgo político (LID Editorial), que José Luis Álvarez, profesor de INSEAD en su campus de Fontainebleau (Francia) presenta el próximo martes en Madrid. “Ninguno lo fue en la totalidad de su tiempo en el poder”, matiza en conversación con El Confidencial este sociólogo formado en Harvard que analiza en este libro los muy diferentes estilos de los seis hombres que han estado al frente de la democracia española y para quien, a pesar de que pueda haber personas competentes en la actual política patria y algunos versos sueltos curiosos o interesantes -entre los nombres se cuelan Ruiz-Gallardóny Chacón- ya hay pocas probabilidades de que veamos un líder excepcional. No lo son quienes mañana domingo se juegan Europa desde el PP y desde el PSOE: Arias Cañete (“Rajoy, como sabe de poder, se fía poco de la gente. Sólo confía en personas como él, que han superado grandes oposiciones. Cañete es un abogado del Estado divertido… que ha resultado demasiado divertido”) yValenciano (“Un ejemplo de los profesionales del ‘aparato’ en quienes Rubalcaba ha tenido que acabar apoyándose, gente del partido, como lo fue Zapatero… pero peores que él” [como líderes, se entiende]). Álvarez resume así las claves del liderazgo de los seis inquilinos de La

Mariano Rajoy (2011-actualidad): El más conservador de los presidentes. “Rajoy es el que más sabe de la esencia del poder. Sabe que la presidencia es un lugar de muchísima fricción, que el poder desgasta cuando se quiere hacer algo, y él no quiere hacer nada. Para Rajoy el statu-quo está bien y, aunque no lo esté (porque también es un pesimista), no se puede cambiar a mejor. Se trata de un gran resistente -y lo demostró ante las dos elecciones perdidas y las críticas desde su propio partido-, y psicológicamente es muy duro. Un líder que juega muy bien a defensa, y no al ataque. La televisión de plasma muestra lo poco que confía en la comunicación: es consciente de que cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra, y como buen jurista, no quiere correr riesgos. Por otro lado, ¿para qué poner la cara? En una crisis, el que está arriba siempre va a ser el chivo expiatorio, ¿por qué exponerse? Tras Zapatero, puede ser visto como el gran político profesional, en su caso, como administrador. Su liderazgo es transaccional [el que se enfrenta a retos corrientes, no el gran transformador], pero es un gran estratega y sabe perfectamente cómo no perder poder. Lo más interesante será ver qué hace en Cataluña, donde puede que su estilo no funcione, y qué será del PP cuando se marche: si su falta de ideología -él es un administrador con sentido común- descapitaliza o no al partido”.

José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011): El político por excelencia. “Un líder orientado al poder: quiere llegar arriba, no conseguir grandes cosas ni compartir ese poder con el partido. Por eso una de las cosas que se han dicho de él -y lo ha dicho gente muy diferente- es que acumulaba más poder en el PSOE que González. Es un excelente candidato en unas elecciones, porque, como dijo Sarkozy, sintonizaba con la opinión pública, y, como dijo el embajador estadounidense (se supo con los cables de Wikileaks), es un excelente táctico. Se conoce todos los trucos de la vida política partidista. Es el político profesional: todos los presidentes anteriores, salvo Calvo-Sotelo, fueron grandes emprendedores, pero tanto él como Rajoy heredan sus partidos y toda su carrera se ha basado en ascender dentro de ellos. Son gente del aparato. Zapatero llegó con escaso capital político a Moncloa, porque llegó muy joven, cuando aún no le tocaba, sin que la gente lo conociese mucho y sin la experiencia y la reputación del líder de la oposición. En la primera legislatura, no se enfrentó a Rajoy sino a Aznar, al recuerdo de un presidente que en su última etapa en el poder se volvió imperioso y malhumorado, que hacía lo que consideraba bueno aun en contra de la ciudadanía. Él, sin embargo, era el presidente de la opinión pública, que de repente se encuentra con que tiene que administrar un poder para el que no estaba preparado -y quede dicho que todos los presidentes son listísimos- porque no tenía el recorrido necesario. No tiene un gran proyecto para el país; no es un presidente intelectual en absoluto. Es también el que hace una política más a la americana: sabe que el partidismo cada vez funciona menos, y en su caso no era tanto el PSOE quien se presentaba a unas elecciones, sino la ‘ceja'”.

José María Aznar (1996-2004): El líder que no pudo ser. “El más interesante desde el punto de vista psicológico. Quiere hacer grandes cosas, como hicieron los castellanos viejos, que crearon un imperio. Es, como ellos, muy disciplinado, un gran ejecutor. Sus modelos son Churchill (un líder de guerra), Thatcher (que se enfrentó a una gran crisis) y Juan Pablo II (que contribuyó a la caída de la URSS); líderes inalcanzables no porque él no esté a la altura, sino porque en sus tiempos no tuvo esos retos, por eso es quizá el presidente más trágico de todos. Hay cierta frustración. En la primera legislatura no tenía mayoría absoluta; en la segunda, se buscó su propio reto: la alianza trasatlántica con EEUU. Era un reto buscado en contra de la opinión pública para responder a sus ansias personales de trascendencia. Y le salió mal. Es el líder más vocacional, el que más cree en el liderazgo. Con la mayoría absoluta de su segunda etapa, le falló la falta de contención, la rigidez, y, como dijo Duran i Lleida, se volvió loco políticamente. El poder revela y, en él, reveló sus ansias de estar al margen de la ciudadanía. Eso, que en una situación dramática se llama liderazgo, no funciona en una que no lo es. A él le falló la situación”.

Felipe González (1982-1996): El gran transformador institucional. “En términos de capacidades políticas -presencia, carisma, flexibilidad-, es excepcional. Tiene un capital personal tremendo, y es un político institucional, transformador, el hombre que acaba la Transición con la incorporación del Ejército a la democracia, el que lleva España a Europa -un proyecto no de partido, sino de país- y que instaura cierto Estado del bienestar. Por supuesto que hace política de partido, pero, sobre al principio, de Estado. La cuestión con González es que todo lo hace bien, la táctica, el atraer al PSOE talento, la comunicación: es capaz de conectar con el público en un mitin y acto seguido tener una conversación sofisticadísima sobre la UE. Tiene muchísima fuerza. Todos se miden contra él, y todos pierden. Sin embargo, es pesimista, o muy realista: sabe que hechos estos grandes cambios, la vida política es más aburrida, más miserable, y a él le cuesta bajar a la arena a ensuciarse en las pequeñas batallas. Se las soluciona Guerra, hasta que le falla. González se sabe tan por encima de todo eso que se da cuenta de que su presidencia ya sólo es a la baja, y eso es muy difícil de llevar: uno se encierra en sí mismo, se muestra malhumorado… Al final deja el partido en una situación que yo diría que aún está pagando: el problema hoy no es la sucesión de Rubalcaba, sino, aún, la de Felipe González”.

Leopoldo Calvo-Sotelo (1981-1982): Un intelectual en la política. “Sería injusto evaluar a Calvo-Sotelo como al resto. Para empezar, no ganó unas elecciones, que es la condición sine qua non del liderazgo presidencial, y llegó allí por ser el hombre que menos molestaba a las muchas facciones del centro. Dicho con cariño, es un intelectual en la política, y eso es malo, porque la política no trata de eso, sino de transmitir ideas movilizadoras con sencillez. Es introvertido, reservado, complejo, en absoluto populista, poco capaz de condensar en una comunicación fácil una idea compleja, algo que tan bien hacía González. Desde el principio todo el mundo sabía, incluido él, que era un presidente de transición, que su misión era pasar el testigo”.

Adolfo Suárez (1976-1981). Pura táctica. “Suárez se parecía a la gente, a la demografía del país, y quería lo que ellos: vivir mejor y sin problemas. Pero no es el líder del cambio, es el agente del cambio. Mientras lo apoyó el Rey, estuvo en el poder, cuando lo dejó caer… cayó. Su capital personal, en una época tan turbulenta como esa, no fue suficiente. Era muy creativo, como demostró en la legalización del PCE; tenía un gran descaro táctico y ninguna restricción ideológica o partidista, pero no un proyecto de país. En una pirueta impensable, siendo ministro del movimiento, cambió de bando, de ahí los rechazos que suscitaba. Aquello sólo podía acabar mal para él. Suárez es personalismo al servicio del Estado: la política era su manera de ser alguien en el mundo. Su encanto personal, su listeza, le sirven para lograr la movilidad social, como en una novela del XIX. Es populista y personalista (acumula todo el poder), como Zapatero, y, junto a él, el mejor táctico. Ambos ven el poder al servicio de su proyecto personal, que en su caso es la movilidad social. ¿Cómo puede entenderse la recuperación que ahora se ha hecho de su figura? Creo que es una vacuna: frente al antipartidismo, frente al rechazo que hoy suscita la clase política, esta decide rendirle homenaje para de alguna manera ‘esconderse’ tras su faldas. Es una forma de decir ‘pertenecemos a lo mismo’, cuando lo cierto es que Suárez no se parece a ninguno de los que le siguieron”.

Publicado en El Confidencial el 24 de mayo de 2014.

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“¿Tenemos que pagar por ver la tumba de Adolfo Suárez?”

-“Oiga, ¿para visitar la tumba de Adolfo Suárez?”

-“Está en este claustro, y la entrada a la catedral, el tesoro y el claustro cuesta cuatro euros”.

-“¿Y hay que pagar? Porque nosotros venimos sólo a ver la tumba, no la catedral…”

-“No se paga por ver la tumba, se paga por ver la catedral, el museo catedralicio y el claustro, donde está la tumba de Suárez”.

La escena tiene lugar el pasado miércoles, hacia el mediodía, entre Rita, quien regenta desde hace unos 15 años (y dando “gracias a Dios” por el privilegio) la taquilla de la catedral de Ávila y una mujer que, junto a su esposo, ha acudido a visitar el lugar donde reposan desde el día 25 de marzo los restos del primer presidente de la democracia española moderna. Concluye sin más problemas, con el marido, que parece algo avergonzado por la insistencia de su mujer en asuntos pecuniarios, abriendo la cartera y cerrando el diálogo: “Claro, perfectamente, se paga por todo. Muchas gracias”.

Asunto zanjado. La entrada a la bellísima catedral cuesta cuatro euros que gestiona el cabildo, y, por tanto, cuatro euros les cuesta también a quienes sólo desean ver la tumba de Suárez, lo que inspiró hace unos días una carta de protesta al director en el periódico El País bajo el título de Con la Iglesia hemos topado. Cuatro euros que algunos abonan sin plantear nada y otros, no tanto.

“Me han llegado a decir hasta que en los cementerios no se paga. Pero yo llevo aquí 15 años cobrando entrada, y si Adolfo Suárez ha querido descansar hay que adaptarse a lo que antes había”, sentencia Rita, que responde amable pero incómoda a las preguntas sobre el tema en su ‘garita’ a la entrada del claustro de ventanales góticos de la catedral, al lado de un stand en el que se venden “Llaveros para todos” (también por cuatro euros) y unas camisetas de Ávila (a ocho).

Rodeando el claustro, al lado de la puerta que da entrada a la catedral en sí, se encuentra la lápida. Frente a ella, una mujer intenta retratar con su cámara a dos amigas que permanecen agachadas frente al modesto cordón rojo que la protege: “Si cojo vuestras caras no sale el cartel entero”, se lamenta. El ‘cartel’, o más bien el epitafio, reza: “La concordia fue posible”, bajo los nombres y fechas de nacimiento y muerte de los duques de Suárez. Una de las mujeres, que vienen de Cantabria a ver Ávila y ya estuvieron visitando la tumba a los pocos días del entierro (“Estaban las flores y todo”), explica: “Cuando vinimos la otra vez hubo muchos que, al ver que había que pagar, no entraron. Yo sí, porque viendo lo que se vio en este país con su muerte, y siendo Suárez quien fue, no me importa pagarlos”.

Desde que Suárez y su esposa descansan en el claustro de la catedral, el turismo en Ávila ha vivido un incremento notable: el Ayuntamiento ha recaudado un 29,02% más desde el 26 de marzo hasta esta misma semanaque en el mismo periodo que el año anterior por conceptos como la subida a las murallas, la entrada única a varios monumentos… No por el acceso exclusivo a la catedral, cuya gestión corresponde al cabildo catedralicio. Héctor Palencia, concejal del ramo, habla de colas ante la catedral (en Semana Santa y el puente del 1 de mayo) “que no se veían desde que en 2004 tuvimos la exposición de Las edades del hombre“. Atribuye el auge del turismo a varios factores, como la promoción de la marca Ávila, la declaración de su Semana Santa como acontecimiento de Interés Turístico Internacional y, sí, la tumba de Adolfo Suárez: “Ayuda a que la gente recuerde que Ávila está allí”, explica.

Fuentes del obispado rebajan el aumento de visitantes al templo desde el entierro a un 20%, admiten la existencia de quejas -ninguna por escrito- por el cobro de entrada (“pero como las había antes por la visita a la catedral”) y son rotundas: “Que nadie se piense que se está sacando dinero de esto. Ni mucho menos”. El deán de la catedral, Fernando Gutiérrez, señala que quienes acuden específicamente a ver la tumba de Suárez son sobre todo los abulenses, para quienes la entrada sí es gratuita. Y añade: “Creo que las quejas nacen de la incomprensión, más que de otra cosa: si no se cobrase, no se podría tenerlo abierto. Con lo que saca de la entrada, la catedral no tiene para restauraciones importantes”.

Todo lo recaudado, aseguran en el obispado, revierte en el templo, tanto en el mantenimiento básico (3.000 euros al mes en luz, cinco personas en nómina) como en las restauraciones que deben llevarse a cabo: “La de la fachada occidental cuesta 350.000 euros, y parece que tenemos que aportar un 50%. Ahora está a la espera. Llevamos años que no entra ninguna subvención oficial”, explica Gutiérrez.

El deán, desde su modesta parroquia, es contundente: “Cuando ves desde dentro las dificultades de restauración y mantenimiento, dices, sí, la Iglesia es muy rica en patrimonio, pero no sirve para ser explotado económicamente, sino que se sustenta. La visión que hay que tener es que pagando contribuyes al mantenimiento de un lugar”. También lo es respecto a las quejas que se refieren exclusivamente a tener que pagar por acceder a la tumba de Suárez:”Que prueben a ver la de don Juan, el padre del Rey, en El Escorial (10 euros); la de Colón en la catedral de Sevilla (8 euros) o la de Napoleón en Los Inválidos (9,5 euros)”. Sin embargo, su contundencia vacila cuando se le piden datos del aumento de los visitantes estos últimos meses, o al menos la cifra de visitantes media de la catedral en un mes o en un año cualquiera, o quizá la que puede tener un día de diario, como el pasado miércoles… “No lo sé. No lo sé. No te lo puedo decir”. Ante la insistencia, aventura: “Será pareja a la de los que visitan las murallas, unos 40.000 o 50.000”.

Vista, esta semana, de la catedral.Vista, esta semana, de la catedral.

Rita, a la entrada del claustro, tampoco sabe dar cifras, ni siquiera aproximadas, a pesar de que es su mano la que va sacando una entrada y otra y otra del taco de tickets verdes que guarda a buen recaudo. Palencia, el concejal, dice que la Iglesia tampoco da cifras de periodos concretos al Ayuntamiento (“Creo que porque no lo tienen tan informatizado como nosotros”, explica), salvo las anuales: la catedral contó con 84.765 visitantes en 2013, según el Observatorio Turístico de la Ciudad de Ávila. Las protestas porque sólo pueda verse la tumba del presidente Suárez pagando entroncan con una polémica más general, la del cobro de entrada por parte de la Iglesia a templos, como la mezquita de Córdoba, que son patrimonio histórico y cultural.

“Es su patrimonio, y algo revierte en los monumentos, que es lo que argumenta la Iglesia. Como asociación no tenemos posición al respecto, al menos mientras los templos estén abiertos al público”, señala Ana Velasco, secretaria general de la Asociación Española de Gestores del Patrimonio Cultural, que sin embargo recuerda lo muchísimo que contribuye el Estado español a la restauración de estos monumentos.

Cristina Blanco, gerente del Museo Adolfo Suárez y la Transición, en Cebreros, el pueblo natal de Suárez (tres euros “simbólicos” de entrada general, con un día gratuito), recalca: “Nos hemos malacostumbrado a no pagar la cultura. Y a veces hay que pagar para valorar las cosas. Respecto a la cuestión de la tumba, la postura que ha tomado la Iglesia me parececoherente, porque ya tenían esa tasa antes. Ahí está también (a unos pocos metros de Suárez) el presidente de la República en el exilio, Claudio Sánchez Albornoz”.

“Si no hubiera estado Sánchez Albornoz, que fue el que abrió camino, probablemente a Suárez no se le hubiera concedido estar aquí”, elucubra el deán. En la catedral, entre tanto, la pregunta más repetida sigue siendo “¿dónde está la tumba de Suárez?” porque es tan “discreta” (la palabra es del deán) que muchos ni la encuentran. Fuera, en la tienda Recuerdos del Nogal que hay frente a la entrada, el encargado, Santiago, explica: “La gente ha protestado siempre por tener que pagar; con Suárez o sin Suárez”.

Al lado, Ramón, empleado en el hotel Palacio de Valderrábanos (su primer cliente, en 1971, fue Adolfo Suárez, que se alojó en la habitación 126), dice que el impacto del funeral y el entierro ha sido muy grande: “Se ha convertido casi en un lugar de peregrinación”, dice. Y Santiago añade: “Nos vienen con comentarios de todo tipo: que si no se ve más que una lápida, que si no está realmente dentro en la catedral, que si eres de Ávila pero te has olvidado el DNI tienes que pagar igual”… ¿El más surrealista? “Este: ¿Y no tenéis ‘souvenirs’ de Suárez?”.

Publicado en El Confidencial el 17 de mayo de 2014.

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Alibaba y el ‘loco’ Jack Ma, la personificación del nuevo ‘sueño chino’

¿El visionario que supo ver el potencial de internet y quiere convencer al mundo de que “la gente normal puede hacer cosas extraordinarias” o el empresario criticado por permitir el comercio de falsificaciones en sus webs? ¿El líder carismático al que idolatran sus 21.000 empleados -‘alipeople‘, los llama él- o al que nadie osa criticar en público? ¿El colaborador con un régimen autoritario o el que aprovecha el potencial de la red para conseguir la apertura de su país? ¿El hombre humilde que asegura que debe todo a “la fortuna de la era en que vivimos” o el ególatra que, antes de ser nadie (o casi), quiso que se filmara su primer speech ante quienes luego serían socios fundadores de su imperio?

¿Quién es Jack Ma, nacido hace 49 años como Ma Yun, conocido dentro de la empresa con el alias del guerrero Feng Qingyang y fuera como Crazy Jack (Jack el loco)? ¿El que da las gracias entregado a sus empleados o el que no tiene apuros en llenar con 40.000 de ellos un estadio para despedirse como CEO y entonar canciones de El Rey León? ¿Quién es el hombre que creó la mayor empresa de e-commerce china, que hace sombra a los gigantes estadounidenses y ha emprendido esta semana su asalto a la bolsa neoyorquina, que, según algunos expertos, puede batir la salida de Facebook (16.000 millones)?

Como la de Gates, Zuckerberg, Jobs o Bezos, la trayectoria que se conoce de Jack Ma, el fundador del gigante Alibaba, tiene aroma de leyenda y algunos puntos oscuros. Nacido el 15 de octubre de 1964 en Hangzhou (China), hijo de dos actores de ‘ping tan’, un espectáculo teatral chino prohibido durante la Revolución Cultural de 1966, el propio Ma cuenta que, desde los 12 años, y durante ocho, se desplazaba cada mañana con su bicicleta hasta un hotel donde actuaba de guía para los turistas. Lo hacía gratis, pero, a cambio, aprendía inglés. Suspendió dos veces su ingreso en la universidad, hasta que fue aceptado “en la que se consideraba la peor universidad” de su ciudad, donde se licenció como maestro. Su primer sueldo fue de unos 12 dólares al mes, y buscó innumerables trabajos, hasta en un Kentucky Fried Chicken… donde fue rechazado.

Siempre según su relato, no conoció internet hasta 1995 (“no había tocado un teclado hasta entonces”, dice), cuando, en un viaje como traductor a Seattle, un amigo se la enseñó. Eureka. Buscó la palabra ‘cerveza’ en Yahoo, se dio cuenta de que ninguna referencia pasaba por China… y decidió lanzar una especie de Páginas Amarillas online, China Pages, una de las primeras firmas del país en la web.

Cuatro años más tarde, como puede verse en el documental Crocodile in the Yangtze, se reunió en el salón de su casa con 18 conocidos, les lanzó un discurso de dos horas (“nuestros competidores no están en China; están en Silicon Valley. Nuestros cerebros son tan buenos como los suyos”), lo grabó en vídeo y dio por fundada, con 60.000 dólares, la compañía de ecommerce Alibaba, que permitía, como intermediaria, que las firmas chinas llegaran al mercado internacional, con la voluntad de que fuera global -de ahí el nombre- y durara 102 años. Hoy, tres lustros más tarde, es un gigante con un negocio base que podría definirse como la suma de eBay (a través del sitio Taobao), Amazon (Tmall) y Paypal (Alipay), entre otros. En 2013, registró ingresos de 5.600 millones de dólares, sus ventas superan las de eBay y Amazon juntos, supone el 2% del PIB chino y su valor se estima en 168.000 millones.

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“Yo llamo a Alibaba la de los 1.001 errores”, reconoce. Uno, por ejemplo, el de expandirse demasiado rápido, demasiado pronto. Otro, según señalaron las autoridades estadounidenses en 2012, la de permitir el flujo de falsificaciones. Otro, quizá, su pobre salida a Bolsa en Honk Kong, en 2007, tal vez también demasiado pronto… En 2013, el año en que fue elegido como Person of the Year por el Financial Times y dejó el cargo de CEO de la compañía por no ser ya lo bastante “joven para el negocio de internet” (aunque, como presidente, sigue siendo la voz, la imagen y el director de estrategia de la firma), el propio FT publicaba un artículo en el que se colaba una tímida crítica de uno de sus exempleados, por supuesto anónima -“cualquiera que quiera hacer algo en el sector tecnológico chino tiene que ser cuidadoso en lo que dice sobre Jack Ma”- y el reportaje señalaba también su relativo ‘colaboracionismo’ con las autoridades comunistas chinas. Pragmatismo, quizá: según su tesis, Alibaba debe “estar enamorada del Gobierno pero nunca casarse con él”.

Está por ver el resultado de su salida a la Bolsa neoyorquina, que él compara con “una gasolinera en el camino hacia el futuro”. Jack Ma puede ser egocéntrico o humilde, idealista (“cuando tu fortuna supera cierto nivel, ya no se trata de tu dinero. Es el dinero de la sociedad. El dinero que la sociedad te ha dado, y debes asumir la responsabilidad de distribuirlo de una forma correcta”) o excéntrico (su apodo en Alibaba, nacido como el de sus empleados de las novelas de kung fu, es Feng Qingyang, un personaje agresivo e impredecible). Quizá carismático (ha bendecido, en una ceremonia inscrita en un evento de la compañía, a cientos de sus empleados recién casados) o tal vez raro, a secas (ha dicho que su personalidad es muy parecida “a la de ET”).

De lo que no cabe duda es de que con sus mantras (“los clientes, primero; segundo, los empleados; tercero, los accionistas”) ha conseguido convertirse en un icono mundial, quizá no tan conocido como Gates o Jobs, pero sí multimillonario (su fortuna es de 12,5 miles de millones de dólares, según Bloomberg) y, en mayor medida que ellos, objeto de una especie de culto del siglo XXI. Si hemos de conceder crédito a las profecías de ‘Jack el loco’, a Alibaba le quedan, al menos, 87 años de vida.

Publicado en El Confidencial el 11 de mayo de 2014.

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