A Manuel le han tirado hasta piedras. A Félix le robaron con un hacha. El observetorio Hatento intenta poner cifras al odio al pobre. Mientras, están sus historias
A Manuel, el jueves, le tiraron naranjas. “Fue anoche, en la Plaza Nueva, en Sevilla, mi alma”, explica, con el mismo acento del sur (nació en Morón de la Frontera) con el que narra que él antes era un camarero “especial” porque podÃa decir a los clientes (con ese mismo acento) “What’s your name?” y otras frases en inglés, cuenta que a sus 57 años lleva 20 viviendo en la calle, aunque de forma intermitente, dice que tiene problemas con el alcohol o señala quién le tiró “anoche” (por el jueves) esas naranjas: “Eran niños de 16 o 17 años, y me da mucho coraje, las niñas les rÃen la guasa y ellos se hacen más grandes. Y yo estoy en mi saco y no puedo…”.
En estos 20 años, a Manuel no sólo le han tirado naranjas. También piedras. Dice: “A mà me han pegado mucho”. E insiste en reiterar que era comunista, y uno no se da cuenta de por qué hasta que entiende que lo repite porque está contando otra cosa que le pasó, aquel dÃa en la plaza de España de Madrid, cuando llegaron unos de esos “con botas” y cabeza rapada, le quitaron la cartera con la documentación y le hicieron cantar el Cara al sol: “Si no, me pegaban una paliza. Tuve que hacerlo”.
Manuel es una persona sin hogar, una de esas 22.938 que, según el INE, malviven sin un techo al que llamar casa. Probablemente hay más, bastantes más, porque esos datos, que certificaban la presencia en aumento de españoles en la calle, sólo suman a los que hicieron uso de servicios asistenciales. Son muchos, además, los que como él se han sentido discriminados (50,6%), según la misma encuesta, y los que han sido vÃctimas de delitos (51%). En su caso, y en el de otros muchos, según constatan las organizaciones que los atienden, el delito cometido contra ellos tiene un nombre especÃfico: es uno de los delitos de odio que, por primera vez, el Ministerio de Interior ha comenzado a recopilar. En concreto, se trata de aporofobia, el odio al pobre.
Interior recoge sólo cuatro casos en España en 2013: “Es el primer informe público sobre el tema, y se trata de un avance increÃble, pero sólo registra los hechos que llegan a conocimiento de las autoridades y en los que el policÃa los tipifica como delito de odio”, explica Maribel Ramos, coordinadora del recientemente creado Observatorio Hatento (de hate, ‘odio’ en inglés), que, lanzado por organizaciones de amplia experiencia en el tema (como Rais Fundación y el Centro AssÃs), pretende sacar a la luz y dar información fiable sobre este problema. En junio tendrán los primeros resultados, tarde quizá para que la reforma del Código Penal actualmente en trámite contemple la aporofobia de forma especÃfica, como sà hace en el caso de los delitos motivados, por ejemplo, por el racismo o las creencias religiosas.
Mientras, hay unos pocos datos: la citada encuesta del INE y un informe del propio Centro AssÃs, que recopiló informaciones aparecidas en los medios entre 2006 y 2012, constatando asÃ, de esa forma incompleta, 473 muertes en ese periodo, es decir, la muerte de una persona sin hogar cada cinco dÃas en España. Un 27% falleció vÃctima de agresiones.
Hostilidad y miedo
La idea del informe AssÃs nació de un caso terrible, la muerte en un cajero, abrasada viva, de Rosario Endrinal. Sucedió en 2005. Tiempo antes, en 1992, tuvo lugar el que suele considerarse el primer asesinato racista en España, el de Lucrecia Pérez. “Si hubiese sido dominicana, pero no pobre y no hubiese vivido en un local abandonado, ¿la hubieran asesinado?”, se pregunta Ramos, para explicar que hay factores que, sumándose, aumentan la probabilidad de ser vÃctima de un delito de odio (por ejemplo, ser inmigrante y padecer una enfermedad mental), aunque siempre “está detrás la hostilidad a la pobreza, y sobre todo, una situación de desigualdad en la que uno se considera superior y percibe la vulnerabilidad del otro. En el caso de las personas sin hogar, además, es que efectivamente sus derechos son fácilmente vulnerables, porque el imaginario colectivo los ve como delincuentes y no como potenciales vÃctimas”.
Lo sabe bien Félix (54 años), madrileño que vive en la calle desde hace dos años, cuando perdió su trabajo de albañil: “La gente te mira con recelo, claro, no te puedes asear… Yo al principio dormà en un parque, escondido, porque en un banco no puedes: piensan que eres un drogadicto. Vas a comprar y te cuelan en la cola para que te vayas pronto. Vas al servicio en un bar y, aun pagándote un café, no te dejan entrar. Durante un tiempo dormà también en un coche, y la gente que aparcaba al lado sacaba el coche al verme y se iba. Ni que tuviera la lepra”.
El de los prejuicios, el de la discriminación, es el caldo de cultivo del odio al pobre. Muchos de los sin hogar que está entrevistando Hatento hablan de indiferencia y de “mala mirada”. También del recelo que saben que provocan -“Eres como un fantasma. Nadie te ve, pero todo el mundo te tiene miedo“, describÃa hace tiempo uno de ellos- y del miedo que ellos mismos sienten: ahà está el caso de aquel que pasaba la noche en vela, caminando, e iba a descansar al amanecer al metro, cuando abrÃa y habÃa gente, para que no le pasara nada.
A Félix lo atracaron en plena calle amenazándolo con una pequeña hacha de cocina. A Manuel A. (Nueva Carteya, Córdoba, 40 años), la violencia le vino a ver a los pocos meses de tener que echar el cierre a su puesto de chucherÃas en Sevilla y llegar a la calle (ahora lleva dos años y medio, aunque ya duerme en un albergue). Descansaba en un banco, cerca de un hospital, y los vigilantes le espetaron que se fuera de allÃ: “Me pusieron las manos a la espalda, y me llevaron a una esquina sin cámaras, donde me empezaron a pegar con porras”. Salió con un esguince y un ojo hinchado, y la cosa quizá no fue a más porque una mujer empezó a grabar la escena con su móvil y al cabo de un tiempo llegó un policÃa de paisano. El, sin embargo, no denunció: “Me daban miedo las represalias. Me sentÃa indefenso. Y no he vuelto a esos bancos”, dice.
Otra vez el miedo: “Tú y yo denunciamos y nos vamos a casa; ellos vuelven a la calle, donde les han agredido. Además, son personas que han perdido mucho, y desconfÃan de las instituciones, y hasta cierto punto han normalizado la violencia”, narra Ramos. El observatorio Hatento busca sacar a la luz esa violencia de la que a ellos les cuesta hablar. Para luchar por eso que el primero de los Manueles, el de las naranjas de anoche, no puede explicar con más sencillez: “Lo que no pueden hacer es amenazarte sólo por estar en la calle, jolÃn”.
Publicado en El Confidencial el 1 de febrero de 2015
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