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“Si en vez de tener dos hijos dando la cara tuviera un ‘plan’, podría seguir de cura”

“¡Yo soy la suegra del cura!”. Emilia Robles recuerda, entre risas, cómo su madre bromeaba ante su boda. Porque su madre era, de hecho, la suegra de un cura, del sacerdote Julio Pérez Pinillos, cura obrero de los que trabajaban en aquel Vallecas (Madrid) de las chabolas, el desarraigo de los emigrantes y las jornadas de 15 horas del final de la dictadura. De los que trabajaban con los propios obreros, en la fábrica. En su caso, la de Ericsson. Allí se conocieron, porque allí entró también ella en 1972 -siendo aún estudiante de Psicología- por sacar algo de dinero y porque quería “ver esa realidad tan dura”.

“Yo no me enamoré de un cura. Yo me enamoré de un compañero de fábrica, del hombre con quien compartía tantas cosas importantes para mí, como la teología… Y tardamos en darnos cuenta de lo que nos estaba pasando, hasta que los que había cerca nos lo dijeron, y entonces la pregunta de Julio era: ‘¿Y cuál de las dos vocaciones no es auténtica?'”. Tardaron cuatro años en responderla, en responderse, que ninguna. En 1977, cuando ya habían hablado con sus comunidades, con la gente de la fábrica y con el obispo, se casaron sintiéndose “acompañados y respetados”, y desde entonces llevan intentando “abrir camino” en la Iglesia tal y como les recomendó el prelado: respetando el ritmo de su comunidad, de sus compañeros curas, “creando en vez de rompiendo”, yendo sólo a donde se les ha llamado. A Julio, por ejemplo, lo han ido poco a poco incluyendo en el arciprestazgo y en el foro de curas de Madrid, y hoy mismo no puede responder a esta entrevista porque sigue atendiendo a su comunidad católica, en Vallecas.

Emilia Robles y Julio Pérez Pinillos, el día de su boda.Emilia Robles y Julio Pérez Pinillos, el día de su boda.

Ahora, casi tres décadas y tres hijas después (“Mi papá es un cura”, escribía en su cuaderno una de ellas cuando era chica), Emilia Robles, que dirige la asociación Proconcil, habla de las palabras del Papa Francisco sobre el celibato que han vuelto a poner el tema bajo los focos. “Al no ser un dogma de fe siempre está la puerta abierta” al diálogo, dijo Bergoglio. Y Emilia apuesta por ese diálogo: “No es importante que reconozcan a Julio ni a ningún otro. Lo importante es la renovación ministerial. Los cientos de miles de comunidades que no pueden celebrar la eucaristía porque no hay curas, la sangría de sacerdotes que se marchan, la pérdida de toda esa riqueza, el diálogo con otras iglesias en las que ya existe esa tradición. Cambiar la norma no significa que no se valore el celibato. Pero si el matrimonio también es un sacramento, y si valoramos tanto la familia, no puede ser que se lo neguemos a ellos”, resume Emilia, que recuerda a los 57.000 sacerdotes que pidieron su secularización entre 1964 y 1996. Ahí no están reflejados los que se han marchado sin ‘dispensa’, con los que la Federación Internacional de Sacerdotes Casados -que en su día presidió su esposo- eleva la cifra a 100.000. Entre 8.000 y 10.000 en España.

Aboga Robles por volver a la tradición, pero la de San Pablo, en la que “no importaba si la gente estaba casada o no, sino sus raíces en la comunidad”, y no la de la Edad Media: el celibato proviene del segundo Concilio de Letrán, en el siglo XII (recuérdense las barraganas del Libro del Buen Amor), y no se impuso hasta el de Trento, en el XVI. También las tesis del obispo Fritz Lobinger, quien propone un doble presbiterio, conformado por sacerdotes célibes y personas, con familia o sin ella, que, a propuesta local, se presenten a Roma para ser ordenados y poder atender a sus comunidades. “Creo que el Papa tiene conciencia de que esto, con el tiempo y no tardando, tiene que irse hablando”.

En la Conferencia Episcopal poco dicen sobre el asunto. “No se comentan las palabras del Santo Padre”, recalcan, y lo mismo cuando se les menciona las declaraciones de su vicepresidente, Carlos Osoro, que se limitaba a comentar hace unos días: “El Papa ha dicho que el celibato no es dogma de fe, y tiene razón”. Tampoco aportan cifras de los curas que han pedido la dispensa en los últimos años, remitiendo a las diócesis (“la Conferencia no interviene”). Lo cierto es que no todos tienen que reclamarla y renunciar: a los sacerdotes del rito oriental o los llegados desde la Iglesia anglicana, la católica les permite llevar a cabo su ministerio teniendo mujer e hijos. “Es como si en Cuenca pudieran hacerlo y en Albacete no”, explica gráficamente José Luis Alfaro, padre de dos hijos y abuelo de dos nietos, que dejó el sacerdocio en 1977 para casarse (“aunque nunca es eso solo lo que te lleva a ello”) y sin embargo hoy sigue celebrando, y consagrando, en una comunidad cristiana popular en Albacete: “Ni pedimos permiso ni nos lo prohíben. Es que hay cosas que, si uno está convencido, las hace y ya está”, explica, al tiempo que habla de las relaciones “muy cordiales” que mantiene con las autoridades eclesiásticas en la zona.

Alfaro está al frente hoy de la revista del Movimiento Pro Celibato Opcional (Moceop), pero recalca que no se trata sólo de esa demanda, ni mucho menos: “El hecho de que un cura se pueda o no casar es una minucia frente a otras cosas que hay que cambiar en la Iglesia: que sea más democrática, que se transforme en una comunidad de iguales, que la mujer no sea sólo mano de obra barata, sino que pueda tomar decisiones y ejercer el ministerio sacerdotal…”. Sin embargo, añade: “Si el celibato fuese opcional, habría otra visión del sexo, de la familia, de la educación de los hijos. Más abierta y más real. No es lo mismo hablar de oídas que vivirlo. Creo que la cerrazón de tantos años respecto a esto viene de que quienes toman las decisiones son célibes y ancianos”.

Él, a sus 70, jubilado de maestro pero no de padre ni abuelo ni, parece, de sacerdote, mantiene: “Nuestra demanda tiene varios motivos. Se evitaría un dolor tremendo a muchas personas. El del sacerdote que se enamora, el de la mujer enamorada de un cura, el de que se planteen dos vocaciones. Y se evitaría la posibilidad de una doble vida, la de las relaciones a escondidas, que existen, y ante las que la jerarquía hace la vista gorda. Muchas veces he dicho que si en vez de tener dos hijos dando la cara hubiera tenido un ‘plan’, probablemente podría seguir de cura”.

Carta al Papa

Andrés Muñoz no consagra, pero, a diferencia de Alfaro, sigue siendo sacerdote ante la ley católica. No tiene la dispensa, el ‘permiso’ papal, puesto que cuando decidió secularizarse, en 1979 -13 años de cura-, le vinieron a decir que no se le concedería “si no venía a decir que había perdido la fe, que era una especie de obseso sexual y que tenía mujeres e hijos por ahí”. Aquello “ofendía” su dignidad, según afirma, y se “autosecularizó” porque se había ido encontrando “conflictos entre los mensajes que tenía que dar y que a mí no me valían. Veía que además me faltaba un aspecto, el afectivo”. Se salió de sacerdote, encontró su “compañera” y llevan 33 años de casados, con un hijo.

Ella, su compañera, es la coordinadora general de Moceop, Teresa Cortés, que reclama “la renovación de la Iglesia, y eso pasa por la supresión del celibato”. Ante la respuesta fácil de que si un cura no quiere ser célibe puede dejar de ejercer como tal, ella responde: “Es que cuestionamos el sentido del sacerdocio actual. Su esencia es el servicio a la comunidad, y desde ese punto de vista lo puede ejercer cualquiera”. ¿Hasta consagrar? “Sagrado sólo es el ser humano. Y respecto a hacer presente a Jesús, que es lo que significa la eucaristía, el Evangelio dice: ‘Cuando dos o más están reunidos en mi nombre, ahí estoy yo’. No dice nada de si deben ser mujeres u hombres, solteros o casados…”

“Este Papa parece que está levantando cierta sospecha de esperanza”, reconoce con reservas su marido, Andrés Muñoz. Esa misma “sospecha de esperanza” debieron de ver en Francisco las 26 mujeres italianas que, hace unos días, le enviaban una carta al respecto: “Querido Papa Francisco, somos un grupo de mujeres de todas las partes de Italia (y no sólo) que te escribimos para romper el muro de silencio e indiferencia con el que nos encontramos cada día. Cada una de nosotras ha vivido, está viviendo o querría vivir una relación de amor con un sacerdote, del que está enamorada”, arrancaba. Una carta que venía a reclamar, al igual que Muñoz, “una Iglesia menos dogmática que use más el corazón y menos la ley”.

Publicado en El Confidencial el 1 de junio de 2014.

Posted in El Confidencial, Sociedad.

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