Ni Suárez ni Zapatero, muy similares en algunos sentidos. Ni Aznar y sus sueños de grandeza, ni Rajoy y su tancredismo. Ni el efÃmero Calvo-Sotelo. Ni tan siquiera González. “Ninguno de los presidentes españoles merece el nombre de lÃder en su concepción más exigente”. La frase pertenece a Los presidentes españoles. Personalidad y oportunidad, las claves del liderazgo polÃtico (LID Editorial), que José Luis Ãlvarez, profesor de INSEAD en su campus de Fontainebleau (Francia) presenta el próximo martes en Madrid. “Ninguno lo fue en la totalidad de su tiempo en el poder”, matiza en conversación con El Confidencial este sociólogo formado en Harvard que analiza en este libro los muy diferentes estilos de los seis hombres que han estado al frente de la democracia española y para quien, a pesar de que pueda haber personas competentes en la actual polÃtica patria y algunos versos sueltos curiosos o interesantes -entre los nombres se cuelan Ruiz-Gallardóny Chacón- ya hay pocas probabilidades de que veamos un lÃder excepcional. No lo son quienes mañana domingo se juegan Europa desde el PP y desde el PSOE: Arias Cañete (“Rajoy, como sabe de poder, se fÃa poco de la gente. Sólo confÃa en personas como él, que han superado grandes oposiciones. Cañete es un abogado del Estado divertido… que ha resultado demasiado divertido”) yValenciano (“Un ejemplo de los profesionales del ‘aparato’ en quienes Rubalcaba ha tenido que acabar apoyándose, gente del partido, como lo fue Zapatero… pero peores que él” [como lÃderes, se entiende]). Ãlvarez resume asàlas claves del liderazgo de los seis inquilinos de La
Mariano Rajoy (2011-actualidad): El más conservador de los presidentes. “Rajoy es el que más sabe de la esencia del poder. Sabe que la presidencia es un lugar de muchÃsima fricción, que el poder desgasta cuando se quiere hacer algo, y él no quiere hacer nada. Para Rajoy el statu-quo está bien y, aunque no lo esté (porque también es un pesimista), no se puede cambiar a mejor. Se trata de un gran resistente -y lo demostró ante las dos elecciones perdidas y las crÃticas desde su propio partido-, y psicológicamente es muy duro. Un lÃder que juega muy bien a defensa, y no al ataque. La televisión de plasma muestra lo poco que confÃa en la comunicación: es consciente de que cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra, y como buen jurista, no quiere correr riesgos. Por otro lado, ¿para qué poner la cara? En una crisis, el que está arriba siempre va a ser el chivo expiatorio, ¿por qué exponerse? Tras Zapatero, puede ser visto como el gran polÃtico profesional, en su caso, como administrador. Su liderazgo es transaccional [el que se enfrenta a retos corrientes, no el gran transformador], pero es un gran estratega y sabe perfectamente cómo no perder poder. Lo más interesante será ver qué hace en Cataluña, donde puede que su estilo no funcione, y qué será del PP cuando se marche: si su falta de ideologÃa -él es un administrador con sentido común- descapitaliza o no al partido”.
José Luis RodrÃguez Zapatero (2004-2011): El polÃtico por excelencia. “Un lÃder orientado al poder: quiere llegar arriba, no conseguir grandes cosas ni compartir ese poder con el partido. Por eso una de las cosas que se han dicho de él -y lo ha dicho gente muy diferente- es que acumulaba más poder en el PSOE que González. Es un excelente candidato en unas elecciones, porque, como dijo Sarkozy, sintonizaba con la opinión pública, y, como dijo el embajador estadounidense (se supo con los cables de Wikileaks), es un excelente táctico. Se conoce todos los trucos de la vida polÃtica partidista. Es el polÃtico profesional: todos los presidentes anteriores, salvo Calvo-Sotelo, fueron grandes emprendedores, pero tanto él como Rajoy heredan sus partidos y toda su carrera se ha basado en ascender dentro de ellos. Son gente del aparato. Zapatero llegó con escaso capital polÃtico a Moncloa, porque llegó muy joven, cuando aún no le tocaba, sin que la gente lo conociese mucho y sin la experiencia y la reputación del lÃder de la oposición. En la primera legislatura, no se enfrentó a Rajoy sino a Aznar, al recuerdo de un presidente que en su última etapa en el poder se volvió imperioso y malhumorado, que hacÃa lo que consideraba bueno aun en contra de la ciudadanÃa. Él, sin embargo, era el presidente de la opinión pública, que de repente se encuentra con que tiene que administrar un poder para el que no estaba preparado -y quede dicho que todos los presidentes son listÃsimos- porque no tenÃa el recorrido necesario. No tiene un gran proyecto para el paÃs; no es un presidente intelectual en absoluto. Es también el que hace una polÃtica más a la americana: sabe que el partidismo cada vez funciona menos, y en su caso no era tanto el PSOE quien se presentaba a unas elecciones, sino la ‘ceja'”.
José MarÃa Aznar (1996-2004): El lÃder que no pudo ser. “El más interesante desde el punto de vista psicológico. Quiere hacer grandes cosas, como hicieron los castellanos viejos, que crearon un imperio. Es, como ellos, muy disciplinado, un gran ejecutor. Sus modelos son Churchill (un lÃder de guerra), Thatcher (que se enfrentó a una gran crisis) y Juan Pablo II (que contribuyó a la caÃda de la URSS); lÃderes inalcanzables no porque él no esté a la altura, sino porque en sus tiempos no tuvo esos retos, por eso es quizá el presidente más trágico de todos. Hay cierta frustración. En la primera legislatura no tenÃa mayorÃa absoluta; en la segunda, se buscó su propio reto: la alianza trasatlántica con EEUU. Era un reto buscado en contra de la opinión pública para responder a sus ansias personales de trascendencia. Y le salió mal. Es el lÃder más vocacional, el que más cree en el liderazgo. Con la mayorÃa absoluta de su segunda etapa, le falló la falta de contención, la rigidez, y, como dijo Duran i Lleida, se volvió loco polÃticamente. El poder revela y, en él, reveló sus ansias de estar al margen de la ciudadanÃa. Eso, que en una situación dramática se llama liderazgo, no funciona en una que no lo es. A él le falló la situación”.
Felipe González (1982-1996): El gran transformador institucional. “En términos de capacidades polÃticas -presencia, carisma, flexibilidad-, es excepcional. Tiene un capital personal tremendo, y es un polÃtico institucional, transformador, el hombre que acaba la Transición con la incorporación del Ejército a la democracia, el que lleva España a Europa -un proyecto no de partido, sino de paÃs- y que instaura cierto Estado del bienestar. Por supuesto que hace polÃtica de partido, pero, sobre al principio, de Estado. La cuestión con González es que todo lo hace bien, la táctica, el atraer al PSOE talento, la comunicación: es capaz de conectar con el público en un mitin y acto seguido tener una conversación sofisticadÃsima sobre la UE. Tiene muchÃsima fuerza. Todos se miden contra él, y todos pierden. Sin embargo, es pesimista, o muy realista: sabe que hechos estos grandes cambios, la vida polÃtica es más aburrida, más miserable, y a él le cuesta bajar a la arena a ensuciarse en las pequeñas batallas. Se las soluciona Guerra, hasta que le falla. González se sabe tan por encima de todo eso que se da cuenta de que su presidencia ya sólo es a la baja, y eso es muy difÃcil de llevar: uno se encierra en sà mismo, se muestra malhumorado… Al final deja el partido en una situación que yo dirÃa que aún está pagando: el problema hoy no es la sucesión de Rubalcaba, sino, aún, la de Felipe González”.
Leopoldo Calvo-Sotelo (1981-1982): Un intelectual en la polÃtica. “SerÃa injusto evaluar a Calvo-Sotelo como al resto. Para empezar, no ganó unas elecciones, que es la condición sine qua non del liderazgo presidencial, y llegó allà por ser el hombre que menos molestaba a las muchas facciones del centro. Dicho con cariño, es un intelectual en la polÃtica, y eso es malo, porque la polÃtica no trata de eso, sino de transmitir ideas movilizadoras con sencillez. Es introvertido, reservado, complejo, en absoluto populista, poco capaz de condensar en una comunicación fácil una idea compleja, algo que tan bien hacÃa González. Desde el principio todo el mundo sabÃa, incluido él, que era un presidente de transición, que su misión era pasar el testigo”.
Adolfo Suárez (1976-1981). Pura táctica. “Suárez se parecÃa a la gente, a la demografÃa del paÃs, y querÃa lo que ellos: vivir mejor y sin problemas. Pero no es el lÃder del cambio, es el agente del cambio. Mientras lo apoyó el Rey, estuvo en el poder, cuando lo dejó caer… cayó. Su capital personal, en una época tan turbulenta como esa, no fue suficiente. Era muy creativo, como demostró en la legalización del PCE; tenÃa un gran descaro táctico y ninguna restricción ideológica o partidista, pero no un proyecto de paÃs. En una pirueta impensable, siendo ministro del movimiento, cambió de bando, de ahà los rechazos que suscitaba. Aquello sólo podÃa acabar mal para él. Suárez es personalismo al servicio del Estado: la polÃtica era su manera de ser alguien en el mundo. Su encanto personal, su listeza, le sirven para lograr la movilidad social, como en una novela del XIX. Es populista y personalista (acumula todo el poder), como Zapatero, y, junto a él, el mejor táctico. Ambos ven el poder al servicio de su proyecto personal, que en su caso es la movilidad social. ¿Cómo puede entenderse la recuperación que ahora se ha hecho de su figura? Creo que es una vacuna: frente al antipartidismo, frente al rechazo que hoy suscita la clase polÃtica, esta decide rendirle homenaje para de alguna manera ‘esconderse’ tras su faldas. Es una forma de decir ‘pertenecemos a lo mismo’, cuando lo cierto es que Suárez no se parece a ninguno de los que le siguieron”.
Publicado en El Confidencial el 24 de mayo de 2014.
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