Pepe tiene 33 años. Llevaba más de una década en la calle. Hasta 2014, cuando entró en el proyecto Hábitat y le dieron una casa. Su casa. Para siempre y sin condiciones
Pepe es, desde el invierno de 2014, el inquilino del bajo 2.
“El ruido del silencio”, describe Pepe, como un poeta. Es la sensación más poderosa que recuerda de los primeros dÃas que durmió en esta casa que le ha cambiado la vida. El ruido del silencio en el hogar propio, donde a pesar de que aquà ya no hay frÃo, ni rechazo, ni angustia por quién vendrá y qué me hará, el silencio, tan distinto al de las noches en la calle, “agobia”. Pesa. Y esos primeros dÃas que Pepe pasó en la casa que le ha cambiado la vida, en su casa, ese silencio era tan atronador que Pepe abrÃa la puerta y escapaba a la calle. Para volver a casa, a su casa, siempre. Desde noviembre de 2014 hasta hoy. Porque Pepe es consciente de que con esta casa le ha tocado la loterÃa. Antes, dormÃa en la calle, ocho, diez dÃas sin comer, ocho, diez dÃas durmiendo tres horas, tirado, hasta que el cuerpo no podÃa más y acudÃa a un albergue “de baja exigencia”, de esos que no piden requisitos que alguien que lleva años viviendo en la calle no puede cumplir. Luego, salÃa, y la rueda del hambre, del miedo, del frÃo, volvÃa a ponerse en marcha. Hasta que, en noviembre de 2014, Rais Fundación le entregó una de las casas de su proyecto Hábitat.
[Hábitat es una iniciativa de Rais Fundación que utiliza la metodologÃa Housing First, que se basa en abordar el ‘sinhogarismo’ desde una perspectiva nueva: ofreciendo una casa propia a los desahuciados de entre los desahuciados. De por vida y sin condiciones, salvo por cuatro compromisos: aceptar una visita semanal del equipo, aportar un 30% de los ingresos, si los hay, mantener las reglas básicas de convivencia con los vecinos y una entrevista semestral de evaluación. Si en España hay entre 23.000 (INE) y 35.000 (diversas fuentes, incluida Cáritas) personas sin hogar, el director de Rais, José Manuel Caballol, estima en 8.000 o 9.000 los que quedan fuera de los recursos habituales del modelo tradicional “en escalera”, que se fundamenta en ir concediendo beneficios (de la calle, al albergue; del albergue, al centro de noche; del centro, a una pensión…) a medida que el ‘sin techo’ cumple una serie de objetivos, como no consumir drogas, cumplimentar ciertos trámites, seguir tratamientos, etc. “La primera crÃtica a ese modelo en escalera es que nadie puede decir qué consigue, porque no se evalúa. Y, funcione como funcione, sabemos que deja fuera a 8.000 o 9.000 personas, a las que Housing First sà logra sacar de la calle. Se ha hecho en Estados Unidos, en Europa, a través de un proyecto de la Comisión Europea, y ahora mismo no puedo decir ningún paÃs europeo en el que no se aplique. Da resultados incontestables: entre el 85% y el 95% de los beneficiarios de una de estas casas, al cabo de cinco años, sigue manteniéndola. Housing First es un método que directamente soluciona el problema del ‘sinhogarismo’, no lo gestiona, no lo remueve, no pone a la gente en sitios de los que termina siendo expulsada para luego volver, para luego recaer”, narra Caballol, que explica: “Funciona mejor con quien está peor. Intuimos que en personas que no están tan mal, genera una cierta institucionalización, una acomodación que dificulta que den pasos adelante. Pero si estás absolutamente tirado en la calle, tienes la máxima libertad y recuperas la energÃa para hacer cambios en tu vida”. En el caso de Hábitat, se dirige a personas que, además de la exclusión (la media de estancia en la calle es de más de nueve años) sufren un problema de salud mental, de adicción o una discapacidad].
A los 22 años (hoy tiene 33), Pepe tuvo “un accidente de metro”. Es lo único que cuenta escuetamente. Antes del accidente que le dejó en silla de ruedas, sin un brazo y una pierna, él ya habÃa estado en la calle. ConsumÃa heroÃna y cocaÃna. Vivió con sus padres, con su pareja, y, casi siempre, sin techo y sin compañÃa alguna. No recuerda la primera noche que pasó al raso, pero sà la primera que estuvo sereno: “Te asustas, te sientes solo. De repente de das el hostiazo de ver cómo has acabado”. A punto estuvo de no entrar en Hábitat: “La asistente social de uno de los albergues me dijo que rellenase unos papeles, que me podÃan dar una casa. Y yo creÃa que era mentira. Que me estaba vacilando. La última entrevista con los de la fundación me la retrasaron, y yo le dije que no esperaba, que no aguantaba más. Llevaba diez dÃas sin aparecer por el albergue porque tenÃa algo de dinero y estaba consumiendo. Hablando claramente: me iba porque necesitaba comprar. Pero me convenció y esperé. Y los de Rais vinieron con una sonrisa a decirme que me habÃan dado el piso”, narra.
“Esto fue un viernes, y entré un lunes, pero tardé un mes en creérmelo. Cualquier dÃa me cogen y me dicen ‘a la calle’, pensaba. Estaba siempre esperando que me empezaran a exigir cosas, que me dijeran que tenÃa que ir no sé dónde, o que no podÃa consumir… Pensaba que tenÃa trampa. Pero un año y dos meses después, parece que no”. Parece que no, y ahà está Pepe, el inquilino del bajo 2, en su casa de Madrid, con su salón con mesa y sofá, su cocina americana, su tendedero, su cuarto con su cama y su baño con su pastilla de jabón y su humilde cepillo de uñas. Todo tan sencillo y, antes, tan inalcanzable.
[Hay 38 casas como la de Pepe en Madrid, Barcelona y Málaga, ocupadas por un (ex) ‘sin techo’. Las de Madrid son viviendas públicas, de las que Rais paga un alquiler de dos euros el metro cuadrado. Las de Barcelona, alquiladas, aunque con apoyo del ayuntamiento. Las de Málaga surgen de ambos modelos. El coste medio es de 34 euros al dÃa, igual o menor que los de los recursos ya existentes. Menores, desde luego, de los 39 euros que cuesta una butaca, una sopa y un bocadillo en uno de los albergues de baja exigencia. El Ministerio de Sanidad, Asuntos Sociales e Igualdad apuesta por Housing First como uno de los pilares de su Estrategia Integral para Personas Sin Hogar, la primera de nuestro paÃs, con una inversión, desde 2013 hasta este 2016, de 1,1 millones de euros. “Finlandia ha gastado 60 millones de euros en cinco años, y ha renovado por otro tanto. Por ahora ha reducido a la mitad el número de sin techo. El presupuesto del Ayuntamiento de Madrid para personas sin hogar, por poner un ejemplo, ha sido también de 60 millones en cinco años y lo que dicen los recuentos es que hay más personas durmiendo en las calles. Si no empezamos a poner esos 34 euros al dÃa, vamos a seguir poniendo los 39, pero cada vez para más gente”, detalla Caballol. Y añade: “A veces se escucha esos argumentos de ‘y por qué les van a dar una vivienda pública a ellos y no a mi hijo’… Pues porque las polÃticas de vivienda no pueden excluir precisamente a los que tienen más problemas”].
En la nevera de Pepe hay unos callos congelados, ‘herencia’ de los dÃas que pasó estas Navidades con su familia, después de tres años sin verse. Sin Hábitat, quizá no lo hubieran hecho nunca. Pudo morir en la calle, aunque lo cuente de pasada, el dÃa que le prendieron fuego: “Cada noche, sabes que te acuestas, pero no si te vas a levantar. Por el frÃo o porque te hagan algo. A mà me han agredido, me han prendido fuego. La gente pasa, ve que te están insultando y pegando y no hace nada. Yo no soy miedoso, pero en la calle se pasa miedo, y te pasan cosas que no deberÃan pasarle ni a ningún ser humano ni a ningún animal”. Pudo también morir en un albergue: “El invierno antes de entrar aquà estuve de ingreso en ingreso. Dos meses en el Gregorio Marañón, otra vez en la calle; un mes en la Jiménez DÃaz, de vuelta al Gregorio… Tuve una infección en los pulmones y otra en el corazón. La última vez que me dieron el alta me dijeron que tenÃa que ir a un albergue y que aun asà no me daban posibilidades de vida”.
[Las ventajas del modelo no sólo se miden en el número de personas que dejan la calle: cuentan los dÃas que comen, o que no (antes de entrar en Hábitat, un 53% de los participantes ha dejado de comer algún dÃa en la última semana, frente al 14% a los seis meses); cuentan las relaciones (3% frente a 28% de los que han visto a su familia en el último mes); cuenta la calidad de vida (medida con el Ãndice QOLI); cuenta la posibilidad de estar empadronado y, por ejemplo, cobrar una renta o tener una tarjeta sanitaria; cuentan las adicciones (reducción del 32% al 22% entre quienes han consumido en el último mes); cuentan las intervenciones en urgencias, que se reducen frente a las visitas al médico de cabecera; cuenta la seguridad y cuenta, al fin, la vida: “Las personas sin hogar tienen una esperanza de vida 20 años menor que la población. Este no es un problema de ‘qué pena que pasen frÃo’. No: es un problema de vida o muerte. O por las malas condiciones o por agresiones, al año mueren en la calle 70 personas“, señala el responsable de Rais Fundación, que mantiene una observatorio –Hatento– sobre estos delitos].
Desde que está en esta casa, en su casa, Pepe no ha tenido un ingreso. “Ni he ido al médico de cabecera”, sonrÃe. Va a por sus medicamentos, y basta. La droga ha pasado “de todos los dÃas, cantidades inmensas” a “cuatro ocasiones en cuatro meses”. Ha pasado de sentir “rechazos, rechazos y más rechazos” porque en la calle “no te puedes fiar ni de tu sombra, ni de ti mismo, porque también te engañas” a tener que tranquilizar a sus vecinos, que se preocuparon al no verle los dÃas de Navidad. De echarse a dormir pensando cada vez “¿me levantaré?; ¿comeré?, ¿tendré para drogarme?, ¿me robarán lo que tengo?” a amanecer a las 7 o las 8 para tomar su medicación y un café, hacer la compra o trámites, bajar con los chicos del barrio a la plaza. De llevar la vida en una mochila y sentir -lo repite mucho- vergüenza, una vergüenza que imposibilita todo (“¡Hasta pedir la pensión que te corresponde! ¿Cómo voy a ir a hacer los papeles si me estoy dando vergüenza de mà mismo?) a mirar, como lo hace, a los ojos.
Pepe describe con sencillez la caÃda hacia la nada: “No tienes la higiene que debes, al no tenerla, no tienes la autoestima ni valoras las cosas, no tienes la alimentación, no tienes la fuerza…”. También la imposibilidad de muchos para adaptarse al modelo tradicional de ‘escalada’, el de la escalera: “Te piden un montón de requisitos, y de golpe. De estar en la calle, de no tener nada, de no tener ningún control, a todo. Un horario estricto, unos papeles, un tratamiento… Si es que en la calle estás sin DNI y sabes que eso te va a llevar a una vez por semana a comisarÃa, y ni eso puedes solucionarlo. No tienes esa capacidad. No puedes”. Y también, lo que supone Hábitat: “Te dicen que es tu casa. Que es algo tuyo. Te dicen: eres un hombre, no un niño, y vas a gestionar tu casa, tu vida. Te vamos a dar una oportunidad de verdad, no te vamos a vender la moto”. David Fortuño, el técnico de Rais Fundación que lo va a ver cada semana o, mejor dicho, David Fortuño, su amigo, suscribe: “Esta forma de funcionar demuestra que no es la gente la que fracasa. Las personas que entran en Hábitat no se han podido adaptar a los centros tradicionales, ni estos a sus circunstancias. Allà todo es ‘tienes que, tienes, tienes, tienes. A todos nos cuesta remontar, pero si a eso le añades no tener casa, no poder descansar, no tener higiene, no estar tranquilo, ni seguro, no alimentarte… Aquà hemos comprobado que sólo por dar una casa y dar normalidad a una vida, empiezan a dar pasos”
Pepe y el técnico de Rais Fundación, David Fortuño. (Foto: Jorge Ãlvaro Manzano ( El Confidencial)
[“Hasta el momento se trabajaba con la gente sin hogar en otros aspectos, y la vivienda era el final. Muy pocos llegaban a ella. Por eso Hábitat nos pareció sumamente interesante, aunque también arriesgado, porque nosotros tenemos en cuenta también el vecindario. Y sólo en un porcentaje muy reducido, la adaptación de estas personas ha sido problemática”, relata Francisca MartÃnez Castro, Jefa del Departamento de Intervención Social de la Empresa Municipal de Vivienda y Suelo de Madrid, que cede en régimen de alquiler una veintena de casas en la capital para Hábitat. Están “muy satisfechos”, aunque a buen seguro no tanto como Marga Plaza, impulsora desde Cruz Roja en Baleares de otra experiencia de Housing First, esta con dos personas desde 2014: “Llevamos mucho tiempo trabajando con gente sin hogar, y sabemos que cuesta mucho ver cambios. Y con este proyecto estamos viendo que dan pasos agigantados”. La iniciativa de Rais Fundación ha nacido como un proyecto piloto, con la vocación de evaluar los resultados (de hecho, se hace seguimiento también a un grupo de control que sigue el modelo tradicional para hacer comparaciones) e ir más allá: llegar a las cien casas, cien personas fuera de las calles, en 2016, y ampliarlo a todas las necesarias -esas 8.000 o 9.000- en unos años: “Con eso, se podrÃa solucionar el problema de las personas sin hogar en este paÃs. No es una utopÃa”, señala Caballol]
Pepe planea tener una barbacoa para este verano. Ha cumplido un sueño -de esos que en la calle es mejor no tener, porque “ves que no los consigues y vas a peor”-, el de volver a tratar con su familia. Tiene otros. Dejar la droga, aunque no ahora, tajantemente: “Cuando lo haga, quiero que sea para siempre”. Un trabajo (fue oficial de primera en la construcción, mecánico de motos, vendedor de la ONCE): “En cualquier cosa que pueda desempeñar. Por tener algo que hacer todos los dÃas. Por poder decir: tengo fuerza de voluntad. Eso te hace sentir útil”. Todos estos sueños se abren paso porque ya cuenta con lo más importante: “En la calle tienes sólo el dÃa a dÃa, el minuto a minuto, pero para empezar a tenerte a ti mismo en cuenta necesitas algo a lo que agarrarte. Y la casa es ese algo”. Pepe, inquilino desde 2014 del bajo 2, sonrÃe.
Publicado en El Confidencial el 28 de febrero de 2016.
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